Las nacionalidades no siempre son fruto del azar. Algunas veces se eligen. Estoy en España disfrutando de una ensalada italiana y una copa de vino blanco español en una plaza barroca. Y sé que varios de ustedes, miembros de la oposición peruana, dirigen la mirada hacia el Viejo Mundo en búsqueda de referentes políticos. Por ello, quiero contribuir a sus afanes contándoles sobre una política española —política y española, ambas por elección— a la cual tuve el enorme gusto de conocer este año. Al hilo de sus ideas y de mis experiencias personales respecto a ella, he construido una serie de cartas. La serie se titula Croce e delizia. He tomado esta frase de un dúo de La Traviata y estoy segura de que, al terminar de leer la serie, ustedes comprenderán por qué lo hice. Las cartas son tres —al igual que los actos de La Traviata— y cada una invita a la reflexión sobre un tema que —espero— les resultará relevante y provocador.
Lima, 10 de agosto de 2021
Hoy conocí de manera virtual a Cayetana Álvarez de Toledo. El contexto en el que ello ocurrió fue bastante sombrío. El inicio del gobierno de Pedro Castillo me había dejado con pocas esperanzas y, a la vez, con una enorme responsabilidad que no sabía cómo asumir. Aproximadamente hace un mes, escribí con uno de mis colegas un artículo que cuestionaba su plan de gobierno. Lo publicamos en este medio y él, mi coautor de ese entonces, es hoy uno de los destinatarios de esta carta. Afirmamos que, en caso de que Castillo llegara al poder, sería fundamental que los ciudadanos trabajáramos en la defensa de nuestra individualidad y nuestra democracia. No pensé que llegaría. Pero lo hizo. Y yo, decepcionada y próxima a iniciar una vida nueva en España, me apunté a un curso virtual organizado por Cato Institute en el cual Cayetana dio la ponencia final.
“El nacionalismo es la guerra”, dijo ella, citando a François Mitterrand. Continuó evocando una serie de casos en los cuales las identidades o las emociones fueron puestas por encima de la razón: desde Mayo del 68 hasta el independentismo catalán; desde el asesinato de Samuel Paty hasta la cancel culture. Concluyó reivindicando la relevancia actual de los principios de la Ilustración y animándonos a anteponer los valores cívicos a los identitarios. Hizo una defensa magistral de la razón, la individualidad y el cosmopolitismo. Cuando terminó la clase, escribí que no me había emocionado tanto desde que dejé París. Agregaría que nunca me había emocionado así en una clase que no fuese de arte. Entonces comprendí que es posible emocionar -y movilizar- desde la razón.
Tras la experiencia de esta clase, he reflexionado sobre la manera de hacer oposición en el Perú. Planteo en esta primera carta que es momento de enmendar el rumbo. Durante la campaña he visto —con mucha vergüenza, debo admitir— la amplia circulación de fake news y la politización de las identidades culturales. A finales de junio escribí un artículo sobre el uso político de la Cruz de Borgoña y hoy me ratifico en el argumento central. No es adecuado confrontar un sentimiento identitario con otro sentimiento identitario, un slogan con otro o una bandera con otra. No solo no es adecuado, sino que puede resultar contraproducente. Aunque parezca utópico, para quienes tenemos un compromiso con el valor de la razón, la respuesta no pasa por manipular los datos para que coincidan con nuestros prejuicios, ni tampoco por exaltar los sentimientos. Es posible hacer oposición de una manera razonable y elegante. Y merece la pena intentarlo.
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Cádiz, 20 de noviembre de 2021
Hace dos días recibí un ejemplar de Políticamente indeseable, el reciente libro de Cayetana en el que expone con convicción y belleza sus ideas políticas al hilo de una serie de memorias personales y familiares. Pese a mis múltiples ocupaciones, no he podido resistir la tentación de empezar a leerlo. Cada noche, las páginas de uno de mis cuadernos se llenan con los apuntes que el libro me inspira. Hay apuntes sobre Cataluña, Venezuela, el periodismo y las memorias familiares de la autora. Los hay en español y en francés, haciendo honor a nuestras identidades múltiples. Cayetana, con sus numerosas referencias a la cultura francesa, me recuerda los días en los que París fue mi hogar.
Hablando del hogar, confieso que hoy me siento en casa. He venido a la cuna de nuestra primera Constitución -nuestra porque la Constitución de Cádiz de 1812 fue tanto de los españoles de la península como de los españoles americanos- con una de las personas más importantes en mi vida y en mi educación política. Así como el padre de Cayetana le enseñó sobre la defensa de la libertad en las playas de Normandía, mi tío abuelo me enseñó sobre la transición a la democracia y la Constitución Española de 1978 en su acogedora biblioteca de Sevilla. Creo que ambas somos afortunadas, pues nuestros mayores nos enseñaron con el ejemplo a amar la libertad y defenderla.
Desde que nuestras sociedades abandonaron el Antiguo Régimen, las constituciones son nuestro pacto social. Dado que su sobrevivencia depende de nuestra lealtad, suelen ser más duraderas cuando nacen del debate y del acuerdo, en lugar de la imposición. En el caso español, Cayetana se refiere a la Constitución de 1978 como la “más ecuménica y equilibrada” de todas las que ha tenido el país a lo largo de su historia (p. 122). Tal como señala en el libro, y lo ha hecho también en numerosas entrevistas y discursos, dicha constitución es producto de una firme voluntad de convivencia pacífica entre ciudadanos con ideologías e identidades diferentes. En el caso peruano, si acaso llegara a plantearse un debate oficial sobre el cambio constitucional, merecería la pena que tanto el gobierno como la oposición seamos plenamente conscientes —aunque ello parezca obvio— de que embarcarnos en un proceso constituyente no es fácil. No se trata solo de convocar a una asamblea y dejar que el pueblo —esta invención vacía de contenido— decida qué hacer. Construir un nuevo pacto requiere voluntad, escucha, compromiso y sensatez. Por ello, esta carta es una invitación a examinarnos y decidir, resistiéndonos a la vanidad, si efectivamente estamos a la altura de este monumental desafío.
Antes de despedirme por hoy, quiero plantear una pregunta para aquellos que reivindican la herencia hispana en el Perú: ¿Qué les inspira esta ciudad? Si yo tuviese que elegir un único evento de nuestra historia compartida, con el fin de extraer de él lecciones para el Perú actual, elegiría las Cortes de Cádiz en lugar de la Conquista. Prefiero el patriotismo cívico antes que el identitario y sigo encontrando inspiración —tanto política como literaria— en la obra de algunos diputados americanos de las Cortes. Me reafirmo en lo que dije: aquí me siento en casa.
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Madrid, 29 de noviembre de 2021
Políticamente indeseable empieza con la Declinación y termina con la Afirmación. Cayetana comienza pintando un paisaje decadente, que no solo es el de España, sino el de Occidente en general. Y así como los pintores florentinos eran tan meticulosos con las líneas, ella es precisa y sincera en sus críticas a nuestro presente. Pero, una vez que termina el cuadro y nos alejamos para verlo en perspectiva, su apariencia no produce tristeza. Es una imagen cruda, pero también potente y exhortativa. Al final del libro, transmite un lúcido y emocionante mensaje de optimismo. No solo nos muestra qué está mal y por qué, sino que nos anima a construir responsablemente una alternativa. Cuando fui a verla esta noche en el Círculo de Bellas Artes, tras el saludo y un breve comentario mío sobre la situación del Perú, este fue precisamente el mensaje que me transmitió. “¡Muchos ánimos!”, me dijo al despedirnos. Y el libro —con su firma y la frase “Y que por nosotros no quede”— se convirtió en el objeto más valioso de mi colección personal.
Llegué de Salamanca a Madrid con mucha ilusión y mucha prisa. Conciliar las responsabilidades académicas y el compromiso político no es fácil, pero es sumamente gratificante. Su discurso llevó por título Adiós tristeza. Y, tal como en el libro, brindó un mensaje optimista: ni España ni Occidente están condenados. En este punto, su visión de la política se asemeja a su visión de la historia, esta última muy probablemente inspirada en la de su maestro John Elliott. Para ella no existe un destino predeterminado, ni de salvación ni de condena, sino que el futuro lo construimos nosotros a partir de nuestras decisiones del presente. En el presente en el que nos encontramos, un discurso articulado en base a momentos de felicidad podría parecer idealista. Nada más lejos de la realidad. Cayetana reconoce —y nos invita a reconocer— que el optimismo requiere responsabilidad, pues con cada acción nuestra asumimos riesgos. Más aún, la responsabilidad de construir nuestro propio camino —en lugar de seguir pasivamente el de otros— es enorme, pero es ineludible para evitar el declive total.
Cierro esta carta —la última de la serie— volviendo al principio y al caso peruano. Dije que conocí a Cayetana de manera virtual en un contexto sombrío. Hoy la conocí personalmente en un momento en el que empiezo a recuperar la esperanza. En nuestro breve encuentro, le agradecí no solo por la clase de agosto, sino por haberme inspirado en momentos difíciles. Y, precisamente en ejercicio del optimismo responsable, he decidido escribir estas cartas. Es verdad que admiro mucho a Cayetana; pero no escribo únicamente para expresar mi admiración por ella. Lo hago porque quiero invitarlos a ustedes, miembros de la oposición peruana, a reflexionar sobre dos conceptos centrales que ella defiende en su obra: la razón y el acuerdo. La primera carta se refirió a la razón y la segunda, al acuerdo. En esta tercera carta, reafirmo la importancia de ambos y espero sinceramente que sirvan de guía para nuestras acciones políticas. Citando un extracto de su discurso, me atrevo a decir que en el Perú tenemos por delante “Una odisea contra los dogmas y los déspotas, en la que es crucial mantener la antorcha encendida”.
Será una odisea porque no será nada fácil, pero tengo esperanza en que al final, si actuamos bien, la victoria nos traerá grandes satisfacciones. Croce e delizia, mis queridos amigos, croce e delizia.