Allá, por el año 2015, le hice una entrevista a Vladimir Cerrón. Aquella conversación fue realmente importante porque el líder de Perú Libre había guardado estricto silencio tras ser derrotado en las elecciones de Junín en las que estaba seguro iba a ser reelegido. Hubo quienes aseveraban que se encontraba enclaustrado y deprimido, entre sollozos y la necesidad de alejarse de las cámaras; mas por un golpe de suerte aceptó ser entrevistado por mi persona.
Cerrón era muy diferente al clásico político local de Huancayo que conocí cuando llegué de Lima a Junín. Prueba de ello es, por ejemplo, que al instante aceptó la entrevista que le solicité vía mensaje directo de Twitter. En aquella ocasión, tuve que acudir a su casa, donde me recibió sentado en un gran sillón blanco, el cual más parecía un trono. Yo tampoco era el clásico periodista huancaíno, por lo que nos encontrábamos en las mismas condiciones.
En Cerrón algo se quebró al sufrir una derrota, y eso fue su relación con los medios de comunicación. Aquella vez me dijo que había perdido en las urnas por culpa de una investigación que sacó Cuarto Poder en la víspera de la elección regional, un reportaje sobre el caso de corrupción del Puente Comuneros.
A nivel nacional, Cerrón no se ha hecho conocido por sus proezas médicas como neurocirujano o por su exitosa gestión en Junín, sino por un caso de mega corrupción. Esa ha sido su marca desde el inicio, de la cual no ha podido limpiarse y, peor aún, hoy está más que nunca impregnada a su imagen. Hoy es el indeseable número uno del Perú.
Por supuesto, que cuando lo entrevisté sus planes eran otros. Desde el 2015 soñaba con ser presidente, que lo aclamaran como una versión peruana de Evo (Bolivia) o Chávez (Venezuela). Anhelaba ser aquel que construiría un paraíso socialista en el Perú, pero nada de eso ocurrió. Dentro de la misma izquierda lo han despreciado, y eso también ha alimentado su odio hacia lo que él llama «caviares», curioso apelativo que también usa la derecha peruana para referirse a personajes que siguen una línea similar a la de Verónika Mendoza.
Vladimir Cerrón está lejos de renunciar a todo lo que no pudo conseguir por su cuenta, mas sí a través de Pedro Castillo. Ahora tiene la sartén por el mango y todo aquel que se atreva a traicionarlo se quemará en la hornilla de Perú Libre, una hornilla que hoy está al rojo vivo.