Algunas expresiones tienen éxito, se fraguan en un contexto preciso y rápidamente se generaliza su uso, “ahora que pase todo esto” es una de ellas. Quiere expresar el comprensible deseo de que “pase todo esto” y podamos retomar nuestra vida normal. Aneja a ella, en lo que eso sucede, se ha fraguado otra correlativa: “la nueva normalidad”, la cual denota la situación provisional producida mientras conseguimos que “pase todo esto”. El uso de tales expresiones es legítimo y comprensible, pero denota una cierta carencia de origen, ¿cuál es?
Vivimos ahora en una lacerante situación de provisionalidad, doblemente dolorosa, pues no tiene contornos bien determinados, no sabemos cuándo “va a pasar todo esto”, no podemos señalar con precisión el fin de la pandemia y esa variable juega en contra de nuestras previsiones y nuestra esperanza. Esto ha generado situaciones inusuales, incómodas, dolorosas. Piénsese, por ejemplo, en la cantidad de matrimonios que no han podido realizarse, y que han visto pospuesta la fecha de boda una y otra vez. Casarse es algo serio e importante, y de la nada muchas parejas, ya con todo armado, han tenido que posponer un año la celebración, en la esperanza de que después de ese lapso de tiempo, “haya pasado todo esto” y puedan realizar su noble propósito. Algunos, que buscan seguir fielmente la ley divina, se han visto compelidos a posponer indefinidamente su deseo de estar juntos, lo que encierra cierta dosis de heroicidad, otros, menos convencidos, han iniciado la convivencia, a veces con dolosos conflictos de conciencia.
A ello podríamos añadir muchísimas realidades: negocios frustrados, graduaciones virtuales, grandes eventos familiares cancelados, empleos perdidos con pocas esperanzas de conseguir otro pronto y un largo etcétera, ¡todos queremos que pase todo esto! Deseo comprensible y, desde una perspectiva de fe, motivo de nuestra incesante petición a Dios. Pero, bien mirado, encierra una cierta “carencia teológica”, un error de apreciación. La provisionalidad, la incertidumbre, el deseo de que todo esto pase, distrae nuestra mirada de la realidad, nos lleva a poner la atención en un futuro incierto e indeterminado, quitándola de lo único real: el presente.
¿Por qué es una “inexactitud teológica”? Por dos motivos: Dios es eterno, está en un presente continuo, a Dios lo encontramos en la realidad, en el presente. En segundo lugar, porque a su Providencia no le cuadran las provisionalidades, no hay “errores en el sistema”, y cuenta con nuestra situación real, por extraordinaria que parezca, como parte de nuestro camino hacia Él. Es en nuestra situación real, presente, concreta, donde encontramos a Dios, en ella Él nos espera. En esa realidad y no en otra hipotética o posterior es donde le podemos servir y encontrar nuestro camino, Dios cuenta con esta situación extraordinaria. No es algo sin sentido, o algo que tenemos que esperar necesariamente a que pase; por el contrario, es nuestra tarea actual y nuestro lugar de encuentro con Dios.
Eso quiere decir que una parte importante de nuestro camino hacia la santidad viene determinada por cómo vivimos esta situación extraordinaria. Dios, en su Providencia, ha contado con ella como parte de nuestra biografía y como parte del proceso de purificación del mundo. Es una realidad a través de la cual podemos crecer interiormente, desprendernos de lo superfluo, vivir más generosamente, e incluso más heroicamente nuestra fe. Se trata de ver a Dios que nos llama en nuestra situación real, por incómoda que sea y, más que algo sin sentido y que hayamos de superar o simplemente esperar que pase, descubrirla como un desafío, como una oportunidad.
Humanamente hablando, algunos han aprovechado la crisis para crecer. Hace poco salía a la luz, por ejemplo, que el hombre más rico del mundo, Jeff Bezos, había incrementado su fortuna hasta alcanzar 204 mil millones de dólares. Había capitalizado la crisis como una oportunidad de crecimiento. Con visión sobrenatural, con ojos de fe, podemos capitalizarla también y ver en ella la oportunidad de crecer en santidad y en unión con Dios, vivir el “hoy y ahora”, vivirla intensamente y dar lo mejor de nosotros mismos a través de ella. A Dios lo encontramos y lo servimos “ahora”, no “ahora que pase todo esto”