Los días pueden quedar tatuados con un sinfín de anécdotas. Son esos gritos de euforia, saltos vibrantes, luces de gala, que dibujan la sonrisa más grande del mundo en quienes la viven. En el terreno del deporte, son vitrinas por las que se apremian el constante trabajo de un atleta que ha sacrificado placeres y ha abierto las puertas de la disciplina y rigurosidad. Y Perú volvió a saborear el éxito de lo más alto del podio olímpico aquel 2 de septiembre, pero lo más especial, fue en ese horizonte que no todos caminan: el paradeporte.
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La realidad de sumergirte en el «no fútbol»
¿La medalla de oro de Angélica Espinoza en parataekwondo en Tokio responde a un simple careo, duelo de patadas, y listo?, ¿lo fugaz de la final ante su rival simboliza lo que hay detrás de la cortina? Las palabras de María Yvonne de la Cruz, entrenadora de la paradeportista Angélica Espinoza, son proyectiles para todo aquel que no localiza el sufrimiento de un trayecto de llantos y empeño. De abismos y confianza. De sombras y perseverancia. Una chica de mucho coraje que nació sin un brazo vuelve a regalar alegrías a un país que no veía alguna presea en 21 años. Y en esa línea, el sol le brilla a quien, simplemente, cree en su luz.
En el 2017, la futbolmanía se apoderaba de suelo peruano: el boleto a Rusia estaba cerca. Las empresas, cadenas de TV y spots, todos apostaban por la ilusión al mundial. En ese mismo año, si querías subirte al coche del parataekwondo, no había quien maneje el vehículo. El timón no sentía ninguna mano, pues nadie te instruía para iniciar en esta categoría del paradeporte, que en ese entonces naufragaba en el desconocimiento de muchos. Entonces, ¿cómo Angélica pudo ingresar a esta atmósfera, sin una pizca de apoyo gubernamental ni social? María Yvonne puede dar fe de que hizo un «gol al ángulo» que cambió su vida: hizo que la medallista sople sus inseguridades e inhale la confianza más maratónica de sus 19 años (hasta ese entonces).
Un giro 360
Si sumergirte en el deporte es un reto que no garantiza tu devenir económico, la carretera del paradeporte tiene aun más baches que lo dificultan. Y vaya que remó con una marea gris que casi no le permitió llegar a la orilla. María Yvonne encontró la vida rutinaria de Angélica en un restaurante de Miraflores, como cajera, donde su labor tenía como destino velar por su economía y afrontar las adversidades del pasar de los días. Y desde ahí, se tomaron de la mano para despegar con las tormentas que venían, pero también para buscar el trayecto a la cima.
Arranque desde cero y expectativas al mil. Así lo imaginó María Yvonne cuando inició el desafío de preparar a Angélica, que no tenía la más mínima idea de cómo se disputaba dicho deporte. Solo recordar la primera patada es una brisa de emotividad para la entrenadora. Esos primeros pasos no podían ser en vano en el marco de un mensaje que María Yvonne transmitió desde el primer segundo a la cabeza de la medallista. Luchar y creer hasta el final eran los pilares para que Angélica entregue su cien por ciento. Sin embargo, de carácter fuerte y personalidad perfeccionista, su exigencia subía cada vez más. Por ello es que la paciencia fue café cargado infaltable para salir adelante.
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Lazos de hierro
María Yvonne era taekwondista y se adaptó a las discapacidades que tenía Angélica desde ver luz en este mundo. Minuto a minuto, segundo tras segundo, la entrenadora sabía que su mundo y el de Angélica debían unir lazos. Su historia y la de ella debían acercarse como un choque de puños de unos amigos desde la infancia. Y es que todo trabajo conjunto necesita una dosis de promesa que recorra sus luchas hasta el final. Y esa conexión fue el tesoro que encontraron para aterrizar en Tokio, y pintar de blanco y rojo dicho país.
Como cualquier capítulo de la vida, las páginas oscuras son las que no todos quieren leer, pero María Yvonne las vivió en carne y hueso porque asumió lo que se venía. ¿La cooperación hoy en día para un trabajo se puede desligar de la remuneración? Muchas veces los problemas son platos que se sirven fríos y la entrenadora tocó esa cruda realidad. No había presupuesto ni apoyo. Esta última no recibía ni un sol en el inicio por entrenar a las parataekwondistas. No había una mano en el hombro ni en Angélica, ni en María Yvonne, ni en los demás compañeros, instalaciones y más.
La discriminación no se oculta con una mano
Es por ello que nuestra medallista depositó toda su esperanza en lo que hacía el pequeño grupo. Delicia Paredes, de la comisión de parataekwondo del IPD, no tenía molestias en darles dinero a los para taekwondistas para pasajes, almuerzos y lo que necesitasen en el deporte. Una gestión que parecía nublada de obstáculos se transformó, poco a poco, en ese grupo de guerreros que alumbraban el trayecto con mucha unión. ¿El objetivo? Dejar los prejuicios atrás para resaltar su potencial.
El pasillo más incómodo no es el que está sucio, sino en el que te sientes sucio. En el que las miradas vienen a ti, como un ser atroz, diferente del resto y no puedes hacer nada para detenerlo. No con terror, pero sí con mucha lástima, Angélica Espinoza fue víctima, junto a sus compañeros, de esos gestos despreciantes que caracterizan una sociedad que aún no concibe este ángulo del deporte y, sobre todo, de la vida. La dulzura negra se quedaba en las sensaciones de no ser saludados, de no saber si decir “hola” primero, de ser ni siquiera considerados.
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Luz a lo que brilla, no a lo que rema
Esas frustraciones fueron nocauts que hoy en día se han estado reduciendo. ¿De qué manera? Angélica ha ganado una medalla de oro y esa mañana del 2 de septiembre todos los medios rebotaron la hazaña, como la “pepa del día”, como el “descubrimiento del siglo”. Pero, ¿una presea dorada debe ser el motivo de las felicitaciones, la trascendencia, el reconocimiento, que hacen los paradeportistas?, ¿si mañana Angélica pierde en primera ronda tras lograr una merecida clasificación no se le deben dedicar líneas de vistosidad? La medalla de oro solo es la punta del iceberg.
María Yvonne, que estuvo presente en todas las páginas de la historia, puede afirmar que es frustrante querer dar tu 200% y no sentir el apoyo necesario. Ella, con una actitud firme y optimista, descubrió a una ambiciosa y guerrera Angélica Espinoza, que corrió con la bandera peruana en Tokio tras lograr la victoria final. Pero ya antes había corrido la maratón más importante de su vida y fue sobre una pista que no muchos conocen, donde el asfalto hace tropezar los sueños.
Angélica ha escalado a lo más alto de la montaña y puede ver a sus contrincantes mundiales sin ningún esfuerzo. Es la mejor del mundo y es la primera medallista olímpica en esta categoría. Su hambre de retos es interminable y deja en claro que el deporte es su pasión. Ella pudo corear el himno nacional en Tokio, pero el prólogo de su historia, de la mano de personas que creyeron en su potencial sin un brazo, vale un Perú. Paso a paso, París 2024 es su próxima meta y el coche sigue en movimiento. No hay peros en mentes ganadoras, así como no hay luces donde no las creas.
María Yvonne sabe que el talento destella de nuestros suelos, de nuestras raíces. Pero la carrera que, junto a la medallista, recorre es a largo aliento y con los ojos sobre el objetivo. Los pasajeros que están en el carro son los defensores de un mensaje, de un sueño, de un deporte, de una convicción. Y si alguien se baja, entonces los demás deberán seguir con la mano sobre el timón, porque no hay nada más lindo que llegar al destino final y saber que no te paraste del asiento que juraste defender. Angélica Espinoza vivió en Tokio su gloria, pero la patada más grande, fue la que le dio a la vida.
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