Nervios, ansiedad, expectativa y un sinfín de adjetivos para nombrar ese glorioso miércoles 15 de noviembre de 2017. Por más que era un día laborable, nadie tenía cabeza para ello. Los alumnos, tanto de los colegios como de las universidades, no prestaban atención a ninguno de sus cursos. Lo que todo el país deseaba era que llegue la noche y ruede el balón en el Estadio Nacional. Ya se escuchaba por las calles, ese día el Perú haría historia.
Con los ánimos a tope
El proceso eliminatorio fue una montaña rusa de emociones para todos los peruanos. Desde puntos ganados en mesa a un gol de tiro libre indirecto que, gracias al cielo, David Ospina tocó el balón. Estabamos confiados, con todo ese revulsivo acumulado. Si bien es cierto veníamos de empatar 0 de visita en Nueva Zelanda ya nosotros nos sentíamos clasificados. Teníamos en la retina aquella imagen del portero sacando la pelota de Farfán en la línea de gol, pero sabíamos que esa noche la pelota si iba a entrar.
El estadio estaba abarrotado, sino ibas temprano te esperaba una cola interminable. Las tres barras listas con instrumentos y gargantas prestas a dirigir la fiesta. La previa terminó con Pedro García deseándole suerte al gran Daniel Peredo porque él iba a ser la voz que cante la clasificación de Perú al mundial; y así fue, dicho y hecho.
La hazaña: Farfán y Cueva
Ese día, solo Gareca sabe el porqué, Carrillo se quedó en la banca y jugó Andy Polo. Algo poco usual, pero que al final dio resultado. El encuentro empezó y a los pocos minutos Lucho Advíncula remató de zurda de fuera del área y el palo nos negó el primero. Era una buena señal, un buen vaticinio de lo que se nos venía. Al minuto 24, tras un centro de Trauco hubo una mano delincuencial en área del equipo visitante que el árbitro no cobró. Como era de esperar, el estadio estalló para recordarle todo su árbol genealógico al juez principal, a pesar de eso no hizo que cambie de opinión.
Tan solo dos minutos más tarde Trauco filtró un pase que Cueva recibió bien, dribleó, vió a Farfán al medio y este revientó las redes. Temblor, literalmente, en el Nacional. Euforia al máximo. Cada uno vivió el gol a su manera y lo celebró como quiso. Lo que sí es imborrable es la imagen del “10 de la calle” con la camiseta número “9” de su compadre. Homenaje merecido al capitán que se perdía el partido por una sanción.
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Tu buen vecino, Christian Ramos
Regresando del entretiempo, la consigna era ampliar el marcador. No se suscitaron situaciones de riesgo hasta el minuto 64, que tras un córner el arquero desvió un cabezazo manando el balón a un nuevo tiro de esquina. Ahí es cuando Cueva metió la pelota al área y tras una pelotera, la “Sombra” Ramos empujó el balón dentro de las redes y marcó el segundo. Al fiel estilo de uno de los superhéroes más conocidos del mundo, sacó su mascara y empezó a tirar telarañas ante la inevitable muchedumbre de jugadores peruanos que querían abrazar al autor del tanto.
Ya estábamos, era cuestión de tiempo. Sabíamos que la pelota no iba a entrar en nuestro arco. Efectivamente fue así. Pitazo final y a celebrar en el estadio, en las casas, en las plazas y en todo el país. La euforia se desató en nuestro territorio para celebrar que habíamos vuelto a un mundial tras 36 años de espera. Desde ese momento se instauró el 15 de noviembre como el Día del hincha Peruano. Noche inolvidable donde le dijimos al mundo que el Perú estaba presente.