No me arrepiento del titular, Diego es de todos. Abro los ojos y la fecha es lo primero que me viene a la cabeza. 25 de noviembre. Se cumple un año de la partida del más genio de todos. La inexorable pregunta se presenta ante mi como los inevitable rayos de luz que tocan mi cara al abrir la cortina: ¿A qué planeta te fuiste?
Prendo el televisor y pongo mi canal favorito para ver mi programa favorito. Aparece Vignolo con todo el equipo de F90. No les miro la cara, el banner es lo primero que llama mi atención: “Diego, ¿A qué planeta te fuiste?” Crují los dientes y dentro de mí pensé: no puede ser que seas así de profundo, pero a la vez tan simple para causar tan honda pregunta en miles de personas. Por eso no me arrepiento del titular, porque Diego es de todos.
Antes de proseguir, pido disculpas de antemano con las víctimas. El tipo que es homenajeado y hasta venerado a nivel mundial fue un victimario. En su historial hay más que goles, también hay traiciones, abusos, golpes y excesos. Eso es Diego, lo excelso y la miseria en una sola persona. Sería la portada perfecta para el prodigioso libro de compilaciones Los malos. Un conjunto de perfiles elaborados por distintos periodistas de América Latina, editados por la fantástica Leila Guerriero, en los que describen a monstruos de manera humana o humanos en su monstruosa etapa. El cielo y el infierno en un mismo rostro.
Pero también está el otro lado de la moneda. “Si yo fuese Maradona, viviría como él”, es la tan citada frase del argot popular que circula de boca en boca y descansa de oído en oído en Argentina. Si viviríamos como él, no es comprobable. Lo que sí se puede probar es que no seríamos Maradona. Más allá de los cuatro goles que le metió a Gati, cuando este lo llamó gordito; más allá de permitir a toda una ciudad rezagada futbolísticamente tocar la gloria italiana y que la bandera se tiña con los colores de Nápoles, más allá de la gloria en Boca, más allá de Italia 90 y el reconocimiento mundial, más allá de todo eso está el 22 de junio de 1986.
El mito en vida. El 22 de junio de 1986 Maradona le devolvió la dignidad y las ganas de vivir a todo un país. No volverá a haber una guerra de Las Malvinas, probablemente. No volverán a masacrar miles de argentinos, probablemente. Es más, no habrán guerras en las que los mismos países que representaron el conflicto bélico se enfrente en una cancha de fútbol menos de cinco años después, probablemente. Todo esto en el terreno de la suposición porque, al mismo tiempo, todo cabe dentro de lo posible. Pero aún así, si sucediese, no habrá un Maradona que deje desparramados ingleses cuyo símbolo representa la muerte y el escarnio. Y si aún de ese modo, el destino se vistiera de mago y decidiese que los eventos misteriosamente se repitan, ya habrá un Maradona quien lo hizo primero.
Su figura traspasa el jugador de fútbol. Su presencia ya no está entre nosotros y lo tenemos a él, al 10 rosarino, quien cada fin de semana cura nuestra nostalgia y tapa nuestra herida de no verlo más. Ese chiquito que por capricho del destino cumple casi todos los requisitos. Sin embargo, sigue siendo jugador de fútbol. Diego, no. Diego es el mito, la esencia, el cuento, lo improbable. Diego es lo que todos en algún momento hubiésemos querido ser. Diego es de todos.