Cada vez es más común el consumo de la pornografía, una droga de fácil acceso, pero de gran impacto en varios ámbitos de la vida. Esta industria ya no está solamente relegada al cine de adultos, sino que cuenta con varias plataformas a partir del ascenso de la era digital. Y después de la pandemia el tráfico de este contenido explícito aumentó un 60%.
Por ejemplo, el promedio de edad del inicio de consumo de porno es de 8 años en España. El 50% de los niños de entre 11 a 13 años han visto contenido sexual y el 70% de los adolescentes reconocen que es su única fuente de educación sexual. De allí la preocupación: los jóvenes se forman una concepción de la sexualidad a través de una industria sobreactuada y fraudulenta.
La industria erótica se está naturalizando, sin embargo, está produciendo un daño enorme en la sociedad. Un ejemplo de ello es el caso de la activista contra la trata, Jessa Dillow Crisp, quien también fue víctima. Sus familiares la obligaban a filmar vídeos pornográficos en el pasado y empezó cuando era menor de edad. Ella logró escapar de una red de tráfico en 2010 y se radicó en Estados Unidos. Muchos usuarios piensan que las actrices tienen relaciones sexuales por disfrute, pero lo cierto que es el tráfico sexual está muy presente en ese ambiente. Dillow comenta que la violaban reiteradas veces, pero que mantenía una sonrisa en el rostro, porque la obligaban a actuar como si lo estuviese disfrutando.
Por suerte Jessa Dillow logró salir de ese mundo y decidió crear su propia empresa, BridgeHope, que brinda apoyo psicológico y social a las personas que han sufrido de abusos sexuales.
Laurence Rossignol, miembro del senado francés, comentó: «La industria del porno es tóxica en su modo de producción y de consumo. Coloniza los cerebros», esto lo dijo en una reunión con otros miembros del senado al momento de discutir sobre este negocio muchas veces ilícito.
El coloso de la pornografía es MindGeek, una multinacional canadiense dueña de las empresas más consumidas en la web como Pornhub, RedTube o YouPorn. Esta compañía ha recibido muchas demandas por varias acusaciones, algunas de ellas por tener en su plataforma videos de abuso sexual infantil y por obligar a varias mujeres a participar de videos.
Es visible que el contenido sexual publicado es degradante, puesto que el 45% de todos los videos de este estilo presentan violencia y en la gran mayoría de ellos la mujer es reducida a un simple objeto sexual. No solo eso, hay videos que también denigran a otros grupos étnicos o contenido audiovisual sádico y sobrepasando lo enfermizo.
Las consecuencias son varias. Cambia la concepción de la mujer, de la persona en general y distorsiona el papel de la sexualidad. Esta industria presenta a la sexualidad con un reduccionismo genital, cuando la sexualidad es algo mucho más rico que eso.
De entre los efectos directos, se presentan traumas, tanto en los que actúan como en los consumidores. En el caso del consumidor, si es un niño, le afecta profundamente y muchas veces no entiende lo que está viendo, el cerebro de un pequeño no está preparado para ver componente tan agresivo y sexual, le cuesta el procesamiento.
Sumémosle que ha generado trastornos del sueño y problemas graves de atención e incluso que dificulta el trato con el sexo opuesto. Ver porno puede repercutir en la autoestima y trasmutar nuestras relaciones interpersonales.
El cerebro cambia con el consumo de la pornografía, porque el centro de recompensa se desregula ante contenido reiterado, «se emborracha de dopamina». Y cuando eso queda desregulado tiene efecto en la corteza prefrontal, esta porción del encéfalo nos distingue en gran medida de los animales. Esta corteza está asociada con la voluntad y la capacidad de decisión, pero, cuando consumimos pornografía de forma recurrente habrá hipofrontalidad, es decir, la fuerza de voluntad será mermada.
Cabe añadir que el porno puede aumentar la ansiedad y los casos depresivos, debido a la saturación de dopamina. En general, dificulta la capacidad para regular las emociones.
También tras consumir porno vorazmente se podrían normalizar prácticas depravadas, como por ejemplo las violaciones. Han aumentado los fenómenos de la manadas o agresiones colectivas sexuales en las últimas décadas tras el aumento de consumo de contenido obsceno.
Los padres están banalizando el hecho de entregar un celular a sus hijos a temprana edad, aunque los riesgos de que un niño adquiera un dispositivo móvil sean cuantiosos. Lo ideal sería darles el celular a los chicos, después de una etapa de maduración y de desarrollo cerebral. Los niños tienen que jugar, aprender, caerse, pero no pasar horas y horas en internet.
Por otro lado, se debe dar una educación sexual a los hijos. No debería ser tabú hablar de sexualidad, sobre todo, para que los niños no se dejen seducir por una falsa imagen del sexo, para que sepan distinguir el sexo del amor. Asimismo, el control parental y las restricciones de acceso a ciertas plataformas es importante para evitar su exposición a este contenido.
Y a un nivel legal, los gobiernos deberían ser más restrictivos, evaluando los perjuicios que la pornografía genera en la sociedad. Se podría empezar, por ejemplo, con que el Estado exija a estas plataformas la verificación real de la edad de sus usuarios, para evitar que niños caigan en manos de un negocio perverso.
Los ciudadanos debemos crear brotes de resiliencia contra un paradigma dominante: la permisividad sexual como supuesta libertad. Falta luchar más por la mujer, para respetarla, para evitar que sea reducida a un producto. Falta trabajo por legislar, por concientizar en los centros educativos y en la familia, porque por ahí debe empezar la labor.
El porno es atractivo porque apela a algo básico del ser humano: la sexualidad, empero, el problema radica en que esa visión de la sexualidad está totalmente trastornada, lo que provoca un gran daño a la integridad del ser humano. Igualmente, perdemos al amor como valor, cuando es el acto supremo de libertad, una decisión que implica a la voluntad. En cambio, el porno genera un deseo de satisfacción para uno mismo, no anhela el bien de la otra persona. Por eso debemos combatir contra esta industria perversa, porque destruye al amor y reduce a la persona.