Un pueblo que no recuerda su historia está condenado a repetirla. El terrorismo fue quizá la época más oscura que nos tocó vivir como nación, dejando un saldo de miles de peruanos muertos y muchas familias destruidas. Tuvimos muchas derrotas, pero hoy recordamos una de nuestras victorias frente al terror. El 22 de abril de 1997, los comandos especiales de las Fuerzas Armadas lograron liberar a 71 rehenes, que estuvieron capturados en la casa del embajador de Japón por el comando terrorista del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).
Inicio de la pesadilla
El 17 de diciembre de 1996, el embajador de Japón, Morihisa Aoki, había invitado a diversas autoridades importantes de nuestro país a una cena diplomática en su casa. La celebración del cumpleaños del emperador japonés Akhito —quien cumplía el 18 de ese mes— fue el motivo de aquella reunión. Ninguno de los invitados sospechaba que un grupo de terroristas se acercaban a la residencia en una ambulancia robada.
El comando terrorista abrió un agujero en la pared posterior de la residencia y logró ingresar. La seguridad del embajador trató de atacar con gases lacrimógenos, pero fue una estrategia inútil. El ataque venía de adentro y los subversivos llevaban mascaras de gas, siendo así los civiles los únicos perjudicados con los gases. Trescientos setenta personas, entre ellas, diplomáticos y empresarios de transnacionales japonesas, estaban secuestrados.
Gracias a la intervención de Michael Minning, representante de la Cruz Roja Internacional en el Perú, quien se ofreció de intermediario entre los secuestradores y el Gobierno, se logró liberar a muchos rehenes en el transcurso de las siguientes horas. Setenta y dos de los secuestrados (los más importantes) se quedaron. La demanda era explícita: o soltaban a 400 presos subversivos del MRTA o los retenidos serían asesinados. La pesadilla había comenzado.
Los rostros del terror
El comando terrorista fue liderado por Néstor Cerpa Cartolini, quien era conocido por las autoridades por haber participado en 1979 en la toma de la fábrica «Cromotex», la cual termino con seis trabajadores y un oficial muerto.
Otra pieza clave del equipo era Rolly Rojas, conocido por sus camaradas como «El Árabe», al siempre llevar un turbante en la cabeza. Su hazaña era el haberse fugado en 1990 del penal Castro Castro.
Eduardo Cruz —o camarada Tito— fue otro de los cabecillas, y destacaba entre sus compañeros al haber participado en la muerte de 76 oficiales.
Todos estos, junto con la camarada «Gringa» Cynthia y otros 14 emerretistas más, fueron los encargados de irrumpir en la casa del embajador Aoki.
Ayuda desde dentro
Los comandos especiales no fueron los únicos responsables del éxito del rescate. Varios rehenes tenían clara una cosa: no querían morir. El entonces canciller, Francisco Tudela, se encargó de organizar a los retenidos en diversas habitaciones de la residencia para mantener el orden. Tudela fue la voz de la calma y la esperanza. El almirante Luis Giampietri fue vital para la operación Chavín de Huantar, ya que logró comunicarse con el exterior a través de un beeper.
Este último informó a los comandos que los subversivos tenían como hábito jugar fútbol con una pelota de papel todas las tardes a las 3 p.m. Este era el momento de esparcimiento de los secuestradores, quienes también se veían afectados tras varios días de cautiverio. Con esta información se definió la hora ideal para iniciar el rescate.
Para que la operación tuviera éxito debían darse tres situaciones: que los terroristas estén jugando a la pelota, que los retenidos se encuentren en el segundo piso y que la puerta de entrada esté sin seguro. El almirante ayudó a que todo el escenario esté listo para la actuación de las Fuerzas Armadas.
El rescate
La reunión que mantuvieron el Monseñor Juan Luis Cipriani; el Ministro de Educación, Domingo Palermo; el embajador de Canadá, Anthony Vincent; y la representante de Japón, Teresuke Terada, con «El Árabe», no logró el acuerdo esperado. Al ver que no cedían, solo quedaba una opción: el ataque militar. Se concibió la idea de construir un túnel que llevara a los comandos a la residencia sin ser vistos.
Para la construcción del túnel se consiguió la ayuda de 32 mineros de la sierra central, quienes trabajaron arduamente por 60 días. Estos iban disfrazados de policías, vivieron en los domicilios aledaños al lugar del secuestro, y trabajaron solo con picos y palas para no generar un ruido estruendoso.
El 20 de abril se inició la Operación Chavín de Huántar con la entrada de los comandos por el túnel. Dos días después, en el sitio correcto, se detonaron explosivos para forzar el ingreso a la residencia del embajador japonés. El rescate fue un éxito puesto que se logró salvar a 71 personas. El Dr. Carlos Giusti no sobrevivió.