Esta semana, el Perú ha sido comidilla de los principales medios tras dos noticias nefastas: el quiebre de su economía – se desplomó un 30,2% en el segundo trimestre del año – y convertirse en el país con la mayor tasa de mortalidad por coronavirus en el mundo; 78 de 100 mil habitantes muere por esta enfermedad. La estricta cuarentena propuesta por este gobierno, halagada al principio, ha resultado ineficaz a largo plazo.
Pero también lo ha sido su estrategia de comunicación – ¿hubo estrategia? -, puesta en duda ya no solo por la oposición, también desde hace algunos días por los cada vez menos optimistas aliados de Martín Vizcarra, un hombre cuya administración se encuentra a la deriva y acechada.
Ejemplos de desertores son varios. Una columnista de El Comercio alguna vez llamó a Vizcarra «el presidente de la crisis», alabando la «asertividad, velocidad y severidad de su reacción frente al coronavirus». También elogió sus conferencias de prensa, esas que terminaron convertidas en magazines de mediodía. Recientemente, la autora de tantos halagos tuiteó decepcionada ante el fracaso: «No hemos aprendido nada».
La mayoría de comunicadores peruanos tampoco hemos aprendido nada. Algunos colegas se la pasaron llenando sus blogs y columnas de opinión de disparates los últimos meses; como un profesor de la Universidad de Lima que se atrevió a decir tras los primeros 30 días de cuarentena que Vizcarra era una suerte de nuevo hito en la comunicación política, que «le había hecho un gran favor» jubilándola de «los discursos engolados, las retóricas vacías y los exabruptos megalómanos». Esas publicaciones han envejecido mal. Vizcarra, Zeballos, Martos y compañía son pésimos comunicadores. Aunque blanco de críticas, la titular del MEF, María Antonieta Alva, si sabe articular lo que quiere decir.
El escenario ha cambiado drásticamente. Incluso los más acérrimos defensores del vizcarrato han sido bastante críticos con la ineficiente gestión de la comunicación de gobierno. Una comunicación dedicada los últimos meses a repartir prohibiciones, contradecirse, hastiar y victimizarse.
Una posición crítica, si bien más o menos moderada, ha sido la del congresista Daniel Olivares del Partido Morado. Dada su experiencia en Comunicación Ciudadana en la Municipalidad de Lima y como secretario de Comunicación Social de la PCM -estuvo detrás de la campaña #UnaSolaFuerza-, ha insistido desde marzo en que el gobierno necesita unificar sus esfuerzos por una línea de comunicación clara y concisa, que no solo se limite a publicar los decretos ministeriales o esté modo gendarme dando advertencias de multas y arrestos, sino que tenga el propósito de salvar vidas.
«Hoy le han preguntado dos veces al presidente Martín Vizcarra si cree que debe mejorar la comunicación del Gobierno para darle herramientas al ciudadano. El presidente no ha respondido ninguna. La comunicación educativa salva vidas, presidente, y su silencio es lamentable», tuiteó Olivares.
Jorge Salmón, Agustín Figueroa y Alfonso Salcedo, publicistas y comunicadores consultados por Perú21, coinciden más o menos en los puntos que urgen tratar por este gobierno: 1) definir de una vez por todas que se quiere comunicar, elaborando un plan en el que se utilicen todos los medios disponibles por el Estado. 2) gestionar información oficial y fidedigna que reduzca el impacto de las fake news. 3) investigar el perfil de los peruanos de costa, sierra y selva para escoger cuál es el mejor medio para llegar a estos públicos. 4) concertar y conciliar con las fuerzas políticas para que los mensajes no sean puestos en duda por la oposición. 5) usar el Acuerdo Nacional como plataforma de compromiso entre la sociedad civil organizada, la Iglesia, partidos políticos y gremios empresariales con el fin de «concientizar» a los peruanos en materia de prevención. Omar Narrea, profesor de la Escuela de Gestión Pública de la Universidad del Pacífico propone un paso más: una comunicación que eduque sobre lo que debe hacer una persona si se llega a contagiar. Si en algo todos los expertos en el tema parecen estar de acuerdo es en una cosa: la propuesta de comunicación debe ser educativa, dejando de lado los enfrentamientos ideológicos y teniendo como prioridad salvar vidas. De paso, también no caería mal una estrategia adjunta que salve la vida de este gobierno en agonía.