La película “El Caso Monroy” dirigida por Josué Méndez , abre visiones sobre la problemática judicial.
La comedia del deber ser
Damián Alcázar interpreta a Ronnie Monroy un empleado público que trabaja para la Embajada de Argentina en Perú. Al estilo de “La tregua” del escritor uruguayo Mario Benedetti la rutina es un sin sabor; a diferencia de un pueblo chico, la ciudad de Lima se hace presente en un personaje arquetipo, invadido por la cultura del patriarcado, que termina en parodia. El deber ser y la suma de las instituciones, determinan la importancia social, que Ronnie Monroy siente en sí por el simple hecho de entrar y salir del penal de mujeres para acompañar al Cónsul de la Embajada de Argentina. Allí Alcázar genera escenas con distintas mujeres, que a cambio de su libertad las acosa sexualmente. ¿Hasta que punto naturalizamos el acoso sexual? en esta pregunta se encuentra la reacción del público, la risa. Es aquí que vemos la comedia, pero hay tonos que no se comprenden.
La película transcurre con los casos que Monroy acosa, con las historias de mujeres que pasan por su cama y la de sus abogados. ¿Crítica al sistema judicial? Sí, pero la última decisión la tiene su director.
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Mujeres rotas
Monroy trasgrede la ley para conocer en el penal un collage de mujeres: prostitutas, madres, mulas, migrantes víctimas de trata. Las excelentes actuaciones de Lía Camilo, Maryoly López, Olivia Manrufo, Liliana Trujillo y Grapa Paola ; confirman un excelente casting dentro de una edición confusa, que cuesta seguir los mundos paralelos.
El espejo de estas mujeres rotas, es retratado por una dirección de arte brillante que marca una aplicación de color simbólica. Los verdes de la cárcel junto a los grises se transforman en la esperanza de los tonos fríos que las inserta socialmente. Una mirada desde la dirección que sostiene a las migrantes sin retorno bajo los ojos de un personaje que las enamora desde un lugar macabro y misógino, donde no podemos naturalizar ni reír sobre los aspectos violentos que el personaje realiza de una forma miserable. Aparece una luz cerca del final en la película, donde la encargada es la actriz Wendy Vásquez que interpreta al personaje “Princesa” una joven trans. Este se enamora de una de las mujeres liberadas por Monroy, que lejos de caer en el cliché de la típica narcotrans, que actualmente se discute en los gobiernos este estado vulnerable, parece que dar vuelta la trama y es en definitiva la antagonista de Monroy para la ayuda de un desenlace.
Este largometraje, es inspirado en el libro “Día de visita” del escritor Marcos Avilés. Lejos de utilizar la pluma sarcástica, de un escritor crudo con su propia sociedad ; quien nos habla es la mirada de una cámara la cual interrumpe la narrativa para forzar una comedia que mas allá de todo costumbrismo, nos aleja de los objetivos de la película. Monroy se entrevera entre mujeres, donde el personaje no tiene urgencia, la película avanza empujada por la referencia de un libro para su estructura.
Corrupción y sátira al poder judicial
Las evidencias que se sostienen están en una dirección de actores, óptima y profunda desde la investigación. Observamos una reflexión principal dentro de la película, ¿hasta qué punto la justicia está acompañada de acciones legisladas por la buena voluntad?. La moral y la ética son de carácter social colectivo dentro de un trasfondo donde las mujeres son victimas de acoso adentro y afuera de la cárcel, posterior a vivir al extremo casos penales. Una oportunidad de abordar el tema hasta el fondo junto a la corrupción dentro del poder judicial, las coimas entre fiscales y jueces machistas , dentro de un estado católico, homofóbico y violento que opta por ensamblar en una comedia, una realidad que juega a la sátira dentro de una farsa cinematográfica.