Barcelona, 2016. Un joven Juan Pablo de 21 años se encontraba frustrado ante la imposibilidad de avanzar en el tenis. La soledad, una de las causas más frecuentes de la depresión, había invadido por completo la mente de un tenista prometedor. Ese año, Juampi experimentó por primera vez la desilusión al descubrir que el éxito y el esfuerzo no siempre van de la mano. «El aislamiento es una forma de conocernos a nosotros mismos» diría el gran Kafka. Ese proceso de autoconocimiento personal hizo que aceptara la realidad y que confiara a sus padres que no la estaba pasando bien: «La estoy pasando mal, no puedo estar más acá» y con las maletas cargadas de sueños frustrados, regresó a Lima a retomar la carrera de ingeniería.
El pesimismo y el hecho de no haber cumplido su sueño de triunfar en el tenis era algo que lo atormentaba. No se sentía confiado para dar ese último paso, hasta que un determinado día su círculo más cercano y su entrenador —por ese entonces, Duilio Beretta— lo convencieron de darse una última oportunidad. El mismo Beretta sabía de su potencial, pero cuando no hay predisposición de confianza, todo es en vano. A regañadientes y con la última esperanza de triunfar en el tenis, Varillas se fue a entrenar a una ciudad donde nadie sabía de él, pero él era parte de todos, donde todas las personas se ocultan y desaparecen entre la niebla para volver a resurgir. Varillas iba a Buenos Aires, a la ciudad de la furia.
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Buenos Aires y su espíritu de resurrección
En la ciudad de la furia, Varillas resurgió cual ave fénix: «Llegué a Buenos Aires con mi entrenador, Duilio, quien me mostró un camino y me enseñó a ser más profesional. Empecé a entrenar en Parque Norte. Un día jugaba con Leo Mayer, otro con Gonzalo Villanueva. Y así. También hacía físico y comencé a ir con un psicólogo», añade el diestro de 26 años. «Que allí haya mucha diversidad de jugadores, preparadores físicos, kinesiólogos y psicólogos deportivos hace que Argentina te ayude mucho a mejorar. Allá empecé a encontrar mi tenis poco a poco».
Ahí también fue ayudado para forjar su carácter y consistencia: «Yo no sabía cómo tomar el bus, ni cómo lavar la ropa, ni cómo hacerme la comida. Yo en Lima me levantaba y ya estaba el desayuno. No sabía hacer ni arroz. Pero utilicé mucho YouTube. La necesidad te hace aprender, y esas cosas me hicieron madurar».
Esa fortaleza mental y física hicieron que Varillas empiece a avanzar como un aluvión. Desde el 2017 para acá, logró meterse entre los 150 mejores tenistas del mundo para posteriormente —hace un mes— ubicarse en el Ranking ATP de los 100 tenistas, capaz de hacerle guerra a deportistas como Alexander Zverev, Félix Auger-Aliassime, entre otros. Y ayer coronó el mejor partido de su carrera ganándole a Dominic Thiem, ex segundo mejor tenista del mundo. Terminando el partido declaró: «Uno juega al tenis para este tipo de partidos». El cambio de mentalidad fue crucial. Definitivamente, Cerati tenía razón: Buenos Aires es la ciudad de la furia. La ciudad que te forja el carácter.