En este punto, argumentar el porqué de la inviabilidad constitucional de la asamblea constituyente ha devenido en un íntegro despropósito. El cambio de constitución se ha tornado en el dios pagano de una turba enardecida de manifestantes que han visto en la vacancia de Pedro Castillo y consecutivos actos del gobierno de Dina Boluarte, la oportunidad imperfectible para levantar su voz y buscar que sus reclamos, por más sórdidos que estos puedan ser, lleguen a materializarse.
Las protestas no tienen un solo eje. Son una vorágine de exigencias —muchas de ellas comprensibles— que guardan un sentimiento que tiene implicancias histórico-geográficas. La ausencia del estado, o al menos sentimiento de ausencia juega un papel crucial para entender lo que está sucediendo en el país. Cuando dicen que «Lima no es el Perú» están en lo cierto; pero cuando aseveran que Puno tampoco lo es, no se equivocan.
La realidad concreta es que los limeños percibimos un crecimiento constante de nuestra ciudad. Con altas y bajas, hay oportunidades de progresar, y es el progreso —para mí— un factor clave en por qué la «Toma de Lima» tuvo el protagonismo de protestantes que vinieron desde provincia y no de capitalinos, de por qué Keiko Fujimori arrasó en San Isidro, sí; pero también en Villa El Salvador. La gente llega a Lima con esperanza y esta se mantiene. Existe fe en el sistema económico y sus bondades. Las críticas no faltan, pero hay un consenso en que mantener la Constitución de 1993 es mejor que «cambiarlo todo».
Este efecto no se repite en la mayoría de provincias del país; por el contrario, hay una sensación de estancamiento, olvido y de que son útiles solo para las conveniencias de la capital (minería, ganadería, agricultura, etc.). El sur peruano es testimonio de esto, y por algo son quienes han tenido la mayor sublevación contra el sistema y el statu quo.
Soy de los muchos que suele recordar comodamente desde Twitter que las provincias «recibieron tanto de canon entre este y tal año», «no ejecutaron bien el presupuesto» o «sus gobernadores son corruptos»; pero esas afirmaciones son solo sérviles a la narrativa victimista y antitecnócrata que esgrime la izquierda radical al enarbolar la bandera de la constituyente.
En este punto, donde la violencia se ha constituido como norte para una mayoría de manifestantes, «tender puentes» y «entablar diálogos» no son suficiente para darle fin sin ceder puntos innegociables. La propia izquierda en el Congreso nos ha mostrado ello: no están dispuestos a dar su voto para el adelanto de elecciones si es que no se consulta al «pueblo» si quiere o no una asamblea constituyente. Piden la salida de Dina Boluarte, pero cuando se plantea una opción democrática atinan al «no».
Claro está, que la sucesión de eventos desde que Castillo se fue, la cifra de fallecidos y la situación en general son como astros alineados para crear la falsa necesidad de una nueva constitución «que sí represente», «que no mate», «que sea del pueblo». Pero abrirle paso tan solo a una consulta no vinculante sería condenar la democracia, la economía y al país a un nuevo pacto donde los sentimientos y el resentimiento prevalezcan por sobre la razón y la cordura.
La salida a la situación pasa por, antes que nada, empatizar, entender que hay reclamos legítimos y discernir entre lo razonable y lo innegociable. Si tenemos un sector de la población que se siente excluido, no podemos hacer más que incluirlos, que darles la voz, tanto simbólica como materialmente.
Velar por la salud de calidad es un comienzo, más aún cuando hemos visto cómo hay fallecidos a causa de los bloqueos y necesesidad de traslado a Lima de heridos en protesta. Ambas situaciones manifiestan que no hay una red sanitaria con estándares mínimos en todo el país, sino solo en ciertas zonas. Como este ejemplo, decenas; y en el íntegro de sectores.
El tema es innegablemente más profundo. Hay heridas abiertas a las que actualmente han echado alcohol, personas dolidas a las que han asuzado; y por eso el país tristemente hoy arde.
Tenemos que ver más allá de lo evidente (y de la evidencia) para entender la realidad de las cosas.