La santidad y el feminismo podrían parecer dos realidades inconciliables, dado los marcados tonos anticlericales en los que ha derivado el feminismo contemporáneo; sin embargo, un poco de memoria histórica nos ayuda a descubrir que no siempre ha sido así. Y si, como dice la Escritura, «el Espíritu sopla donde quiere», también ahora nos puede sorprender, presentándonos la figura de santas con una desbordante actualidad, que son capaces de reunir lo que en apariencia es incompatible. La candidata es Dorothy Day, una mujer feminista, luchadora social, defensora de los desempleados, las mujeres, las personas de color y los pobres, conversa al catolicismo, y una apasionada mujer del siglo XX.
La vida de Dorothy tiene el encanto de lo auténtico, de lo genuino. El sabor bien definido de quien es capaz de luchar hasta el sacrificio por un ideal, y quien es capaz de rectificar el ideal cuando se ha encontrado con la verdad. En su juventud, durante los albores del siglo XX, fue de las primeras estudiantes universitarias. Ahí, seducida pronto por los ideales anarquistas, socialistas, pacifistas y feministas, se convirtió en una activista social a quien no le tembló la mano para promover el aborto o realizar una huelga de hambre y ser arrestada por protestar en contra de la entrada de los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial y promover el voto femenino.
Ella era una mujer de ideales profundos, no de superficialidades; la huelga de hambre y el arresto no nos permiten dudar de lo ferviente de sus convicciones. Sin embargo, en un momento de su vida experimenta una honda conversión al catolicismo. Tan radical fue su cambio, que se vio orillada a separarse de su esposo y a afiliarse a una orden religiosa como laica. Pero la conversión no le exigió el abandono de sus ideales, sino su purificación, pues siguió comprometida con el activismo social, en una época análoga a la nuestra, porque su lucha se hizo más viva a partir del crack de la Bolsa en 1929, con el devastador panorama de desempleo y pobreza que trajo consigo.
Funda en 1933 el Catholic Worker, periódico que llegó a tirar 150 mil ejemplares, donde daba voz a los trabajadores, personas de color, desempleados y oprimidos por condiciones de trabajo onerosas. De la mano del diario surgió un movimiento social, que se dedicó con pasión a la beneficencia y a la ayuda de los más desamparados en una época de crisis. Es decir, no se conformó Dorothy en ejercer una misión profética, denunciando las injusticias sociales desde una perspectiva cristiana, incomodando con ello, frecuentemente, a los católicos bien acomodados, sino que pasó de la denuncia a los hechos, poniendo su granito de arena para remediar las injusticias recurrentes en su sociedad. Luchaban por remediar necesidades concretas de los trabajadores, al mismo tiempo que promovían un orden laboral digno.
Más que un socialismo cristiano, con el tiempo, su trabajo siguió las líneas marcadas por el distributismo de Chesterton y Belloc en Gran Bretaña. Puso especial atención al magisterio social pontificio, es decir, a la Doctrina Social de la Iglesia, que conoció un particular auge por aquellos años. A lo largo de toda su vida, hasta su muerte a los 83 años de edad, manifestó una aguda preocupación social y sensibilidad por los pobres y los trabajadores, ofreciendo una respuesta cristiana, alternativa al marxismo, tan en boga durante los últimos años de su vida.
San Juan Pablo II la declaró «Sierva de Dios» en 1996, y en el año 2000 autorizó iniciar su proceso de canonización. Robert Barron, en su documental Catolicismo la reconoce como un modelo de santidad laical contemporáneo en los Estados Unidos, resaltando la fecundidad de su legado. Hoy en día reluce su figura, pues nos ofrece una síntesis superadora de feminismo, lucha social y catolicismo, que la vuelve rabiosamente atractiva. En efecto, las causas por las que luchó toda su vida: la mujer, la pobreza, la paz, la justicia social, las personas de color, gozan de gran actualidad, cautivando el día de hoy a los corazones juveniles. En Dorothy descubrimos una respuesta católica a esas aspiraciones, y una muestra de cómo la experiencia de su rica interioridad le brindó la fuerza necesaria para acometer esa magnánima empresa con eficacia humana, coherencia de vida, sin sucumbir ante las dificultades.