En horas de la noche de este martes, se revelaba que habría posibles cambios en el Gabinete; incluso, se anunciaba que Pedro Cateriano podría asumir la presidencia del mismo. Al día siguiente, en modo de ratificación a las especulaciones, el propio Cateriano, quien fue premier y ministro de Defensa de Ollanta Humala, informaba que había aceptado la propuesta del presidente de la República de encaminar a los ministros hacia el Bicentenario.
Más allá del debate respecto a si hay o no mejores opciones que Cateriano, es amargo el sabor que deja Vicente Zeballos, tras cerca de 8 meses en el cargo.
Como se recuerda, una noche, entre marchas del odio y quiebres de la Carta de 1993 (cuando se disolvía el Congreso de la República), el presidente Vizcarra reemplazaba a Salvador del Solar por Zeballos Salinas, quien recibía una especie de promoción, pues, previo a ser PCM, fue titular de Justicia. Así se iniciaría la era Zeballos en el Ejecutivo, luego de una arremetida contra la institucionalidad del país.
El Gabinete Zeballos será recordado, entre otras cosas, por cambios sin Congreso activo, jefes ministeriales vinculados a Odebrecht, así como por ser aquel que tomó críticas decisiones durante la pandemia. Mi apreciación personal es que, de la historia reciente republicana, corresponde catalogarlo como uno de los Consejo de Ministros con menos logros y más falencias.
Confianza a medias
Ahora, quedan diversas dudas respecto a las intenciones de Vizcarra. No queda claro el por qué tardó tanto ni cuál fue su motivación para hacer los cambios en el Gabinete.
Esto, causa aún más intriga si se tiene en cuenta que días atrás el jefe de Gobierno atacaba al Congreso debido a una serie de interpelaciones que se gestaban desde los grupos de trabajo. «Que haya seis pedidos de interpelación en pleno proceso de estado de emergencia, salido de los efectos más duros de la pandemia, nos parece un exceso«, manifestó.
Si el mandatario consideraba excesivas las prerrogativas constitucionales del Parlamento para fiscalizar las acciones de los miembros del Gabinete, habría sentido que fuese porque él confiaba en el correcto accionar de sus miembros; no obstante, 3 de los 6 jefes ministeriales que iban a ser interpelados han sido destituidos en esta nueva.
Entonces, ¿por qué el presidente no quería que fuesen interpelados? O no confiaba en que sus ministros pudiesen afrontar una interpelación o en esta semana abrió los ojos tras 8 meses de decadencia ministerial.
En esta línea, hemos de recordar que el disuelto Gabinete Zeballos, no hace mucho y en medio de la cuarentena generalizada, fue ante el Pleno -virtual- a solicitar la confianza de los representantes de la Nación. Esta, en apariencia, no existía entre el mandatario, su ahora ex primer ministro y la mayor parte del Consejo.
Es simple, si confías en alguien, no lo remueves de forma abrupta; salvo sean casos como el de Villanueva (primer PCM de Vizcarra), envuelto en actos de corrupción; o Del Solar (segundo PCM), quien luego del cierre del Legislativo, se le había «fácticamente» negado la confianza (acción aún en duda). ¿Zeballos habrá afrontado un hecho de índole similar a la que padecieron sus predecesores?
Por lo mencionado, se crea un cuestionamiento: ¿Existía realmente confianza entre el presidente y los jefes del Poder Ejecutivo? Habiendo ratificado el cargo de solo 6 de sus ministros, ya que 2 fueron variados de cartera, existían 13 que no eran aptos para el alto cargo público que se les había entregado, se cansaron de estar en el Gabinete Zeballos o culminaron su periodo dentro del régimen de Vizcarra.
Ahora, con caras nuevas, y necesarios espacios de diálogo, Cateriano tiene una ardua labor frente a crear puentes entre el Legislativo-Ejecutivo que permitan lograr aquellos objetivos prometidos, pero no cumplidos, como el trabajo en conjunto para la reactivación económica, apreciación de las leyes propuestas por el Gobierno, entre otras cosas. Esto, con mayor énfasis luego de que Cateriano anunciara una «tregua» en medio de la guerra entre poderes del Estado.