La historia democrática de nuestro país nos ha legado experiencias gratificantes. No podemos negar que han existido personalidades que han hecho un verdadero desastre en nuestro estado; pero, a pesar de ello, lo cierto es que hemos tenido buenos presidentes y buenos parlamentos.
Todo poder del estado tiene como finalidad encaminar al país hacía el bienestar común de toda la sociedad. La búsqueda del «Bien Común» exige gobernar desde una autentica autoridad. Una autoridad que, sí, emana del pueblo; pero que no es consentidora. Por el contrario, la verdadera autoridad es capaz de discernir con agudeza aquello que beneficia a la población de aquello que la población puede querer, pero que no le hace bien. Nuestros grandes filósofos, Paltón y Aristóteles, lo expresan con mayor precisión en sus teorías políticas.
La política actual -o, mejor dicho, algunos políticos- han entendido mal la política. Se ha creído cotidianamente que mejor político es quien tiene más seguidores, o quien es capaz de obtener un mayor respaldo de la población, sin importar los medios que transita para alcanzar este fin. Hemos visto en nuestra historia democrática cómo muchos se han sentado en los diversos sillones de gobierno a costa de repartir promesas falsas y diversos incentivos efímeros. Esto, sin mencionar a aquellos que se han valido de la corrupción o la necesidad ajena, para hacerse con el poder.
El término «populismo» ha atravesado diversas modificaciones a lo largo de la historia. No habiéndose creado como un concepto despectivo, se ha llegado a transformar en un adjetivo peyorativo, para hacer referencia aquellos políticos que tienen como plan de gobierno liderar las encuetas. La Real Academia de la Lengua Española lo define con mayor elegancia como aquella tendencia política que pretende atraerse a las clases populares.
En este sentido, es triste ver cómo el populismo se ha vuelto la nueva forma de gobernar. A mi dictamen, es el caso de nuestro país. Cada vez es más extensa la práctica de gobernar de mano de las encuestas. Ya no hay razonamiento, no hay estrategia, no hay discernimiento. Si el pueblo lo quiere, se lo damos, con tal de mantener nuestra popularidad a tope.
Desde mi análisis personal, el Perú está pasando por una grave crisis de políticos. Nuestro país está caminando desde un populismo cada vez más creciente, donde el Poder Ejecutivo y el Legislativo están compitiendo por quién propone una política o normativa más popular. Ambos luchando por quién “contenta” más al pueblo, aún detrimento de este.
No estoy afirmando que los poderes del estado han de gobernar a espaldas del pueblo o, que han de ser desaprobados siempre por el mismo. Por el contrario, creo que todo actor político ha de ser capaz de ver al pueblo y de no perder la mirada de este. Pero, con esa mirada verdadera, saber qué elegir, qué proponer y qué normar.
Ya nuestro presidente había iniciado con su agenda populista desde que se sentó en la silla de Pizarro. Una lista incontable de propuestas y de hechos quedan enlistadas en la historia de nuestra República, entre ellas, la interpretación fáctica del ejecutivo, que tuvo como corolario la disolución del parlamento. Todo hacía parecer que el sr. presidente se iba a llevar a casa el «premio al populista del año» luego de que, bajo el lema de «nos vamos todos», terminó mandando a todos a su casa (incluyendo a Del Solar) y se quedó en el gobierno, con actitud triunfalista. Pero no satisfecho con eso, en sus mensajes, propuestas y políticas de gobierno ha continuado buscando la aprobación popular, muchas veces poniendo en peligro la constitucionalidad de un país democrático.
Sin embargo, parece ser que el presidente no es el único que camina por este rumbo. Con la llegada de nuestro «mejor congreso» se ha iniciado una lucha por quién tiene obtiene mayor aprobación de la población. Nuestro parlamento no se queda atrás en la competencia. Ya tenido diversos deslices desde que inició su periodo legislativo, pero hemos de mencionar aquí las tres propuestas legislativas con la que le llevaron la delantera al ejecutivo en la «competencia de populistas»: La Ley que deroga la Constitución Política de 1993 y restablece la Constitución Política de 1979; Ley del Impuesto a las grandes fortunas y, la Ley que establece la obligación de las AFP de obtener una rentabilidad mínima anual.
El Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, en medio de esta competencia, han protagonizado diversos choques, diferencias y comentarios. Dentro de los cuales, el Presidente del Congreso recordó que el gabinete ministerial no ha recibido el voto de confianza de la representación nacional, tal como lo señala la constitución. El Premier, Vicente Zeballos, después de haberse resistido diciendo que «eso será oportunidad de otro momento, ahora no», finalmente entendió que es su deber democrático asistir a dicha citación y aceptó la invitación a presentar a su gabinete esta semana. Este 28 de mayo, el gabinete ministerial estará frente al congreso, para exponer y debatir la política de gobierno, tal como manda el artículo 130 de la Constitución. No sabemos en qué deparará aquello. Este encuentro entre ambos poderes ser realiza en medio de una coyuntura atípica. ¿Quién ganará esta competencia? El resultado es incierto. Lo cierto es que estamos presenciando un choque de populistas.