El uruguayo Ángel Pazos fulmina con rapidez la alegría de las tribunas peruanas. El chinchano Víctor Lobatón impactó su pie con el balón tras un pésimo rechazo del defensor rival Horacio Morales. El balón de la trágica tarde ingresó a la red. Con la posible inmediatez, el señor Pazos decreta la anulación del festejo en el banquillo blanco y rojo. Al parecer, aquel impacto en el botín de “Kiko” Lobatón se consideró como una falta. La fiesta del olimpismo oriental denegaba la bienvenida al elenco peruano de fútbol un 24 de mayo de 1964, en el coloso de la avenida José Díaz. Los fanáticos, invocaron a la violencia en una primera instancia plagada de insultos hacia el juez del encuentro. La indignación y el desahogo, en segunda instancia, treparon el cerco limítrofe que separa al público y los protagonistas del encuentro. Víctor Vasquéz, enfurecido e incitado por su espíritu nacionalista, sin temor alguno desde la tribuna oriente se muestra deseoso en asumir un rol de justiciero popular y agredir al árbitro ¿Para el pueblo y con el pueblo? Un rotundo no es la respuesta en el accionar de los funcionarios en la seguridad hace 56 años.
La guardia civil, con garrotes en las manos, golpearon a Vásquez. Quien era conocido como “Negro Bomba”. Nacido en Lima sector de Barrios Altos y con antecedentes respaldados por su feroz personalidad, llevó a la respuesta del público peruano. Se prendieron fuego a las instalaciones, se lanzaron butacas de madera, botellas para agredir al cuadro policial. Sin mayores remordimientos Jorge de Azambuja, posteriormente sentenciado a 30 meses de prisión, dio la orden de utilizar bombas lacrimógenas y así repeler al enardecido público ¿Se logró lo esperado? La desesperación empezó a brotar e instaurarse en extremas dosis. El público asistente busco rápidas salidas para evitar el avance de los efectos lacrimógenos. Lamentablemente la mayoría de portones se encontraban cerrados. Por otra parte, la estrechez en los pasadizos del escenario desembocó en un aplastamiento entre personas. Mujeres y niños, situados en el frío suelo aplastados por las injustificadas muestras de la brutalidad grupal. La orden de Azambuja tan solo avivó las llamas de la muerte. Mientras Víctor Vásquez dio inicio en este trágico episodio de la atípica sociedad limeña.
Fuera del recinto, con el partido finalizado por falta de garantías, el caos nubló desenfrenadamente a las calles aledañas. Negocios saqueados, buses y autos prendidos en fuego, ataque a iglesias y centros laborales. La guerra estuvo declarada a los opresores en el desquite del Negro Bomba hacia el juez del gramado verde. Esa vez, teñido de rojo con fragmentos de dolor e irreparables pérdidas. Se estima un total de 328 muertos. Sin embargo, y teniendo en gran consideración el manejo del ámbito judicial, la cifra de decesos pudo ser más en la victoria y posterior consagración de Argentina como campeón preolímpico. Aunque, como declaró Ernesto Duchini: “Ansiaba la victoria, pero a este precio hubiera preferido la más humillante de las derrotas” Las preguntas retumban en quienes hoy han sido fieles testigos de ese triste y penoso evento. Las respuestas no se hallan en dimes y diretes de las principales autoridades del Gobierno de la época. La violencia respaldada por más violencia, asesinó a más de 300 personas en un escenario que no fue más de algarabía y abrazos interminables de felicidad. 56 años después, las voces retumban en las cuatro tribunas del remodelado Estadio Nacional.