Muerte, sangre, violencia, machetes y cuchillos: palabras que, en su conjunto, nos llevan a recordar lo que significó el terrorismo en el Perú. El marxismo-leninismo-maoísmo, sintetizado por el genocida Abimael Guzmán como «Pensamiento Gonzalo», marcó desde 1980 a millones de peruanos, durante una era donde el miedo se tornó en el pan diario. Desde Lucanamarca hasta Tarata, los gritos y lamentos de miles nos advierten lo peligroso que puede ser abrirles la puerta a las ideas del odio y el resentimiento.
Los rezagos del grupo terrorista Sendero Luminoso prevalecen hasta hoy en día, no solamente en agrupaciones armadas dentro del VRAEM, sino en aulas de clase, organizaciones civiles, partidos políticos, sindicatos y, ahora más que nunca, dentro de Palacio de Gobierno.
Pedro Castillo llegó a la Presidencia ya cuestionado por sus vínculos con el Movadef y ratificó su cercanía y sintonía con el «Pensamiento Gonzalo» desde el primer día de su mandato. Lejos de haber aclarado el tema, ha optado siempre por el silencio y el victimismo, evitando así pronunciarse acerca de lo que, en la práctica, está significando su gobierno: una vorágine que reúne a falsos moderados como Verónika Mendoza, vinculados a Sendero Luminoso como Iber Maraví, filoterroristas como Guido Bellido, radicales fundamentalistas como Vladimir Cerrón y a él, un presidente inepto en las aulas de clase y con aún peor desempeño en el sillón de Pizarro. Pero el problema es todavía más complejo pues no hablamos solo de incapacidad o carencia de idoneidad para el cargo, sino de terrorismo.
Es el jefe de Gobierno un heredero de las ideas de Guzmán Reynoso. Desde su pase por el Movadef hasta las designaciones de su gabinete, desde su plataforma política (Perú Libre) hasta sus declaraciones antidemocráticas, todo indica que el sendero de la miseria que inicio en 1980 tiene más poder que nunca.
Con la muerte de Abimael Guzmán no faltaron los profetas de la cojudignidad que daban por cerrado un capítulo de nuestra historia. Sin querer o, quizás, queriendo le hacían la patería a los herederos de SL aún vivos, los que se esconden en universidades y escuelas, los que se metieron a Palacio, a los de liqui liqui y sombrero… Hablar del fin de una etapa no solo es impreciso, sino también peligroso, es ponerlos en la caja de la historia, y cuando eres historia, ¿quién te persigue?, ¿quién te acusa?, ¿quién te condena? Ahí está el grave riesgo.
Por otro lado, el Palacio del patriarca lució de luto: vacío y silente. Castillo se escapó de la frustración hasta su lugar de origen, Cajamarca. Sobre la muerte del terrorista no ha emitido más que un par de tuits: indecisión y carencia de convicción para condenar el terrorismo y evitar que los restos del gorgojo sean entregados a sus familiares han sido protagonistas en la coyuntura del jefe de Gobierno.
Hay a quienes nos ha quedadO claro hasta el hartazgo que Castillo es un riesgo. Hemos pasado de la Muralla Moqueguana de Martín Vizcarra a una Muralla Luminosa que muchos están dispuestos a obviar pese al brillo que ofusca la vista y mansilla el recuerdo de tantos compatriotas que perdieron su vida.
Abimael Guzmán ha muerto, pero lamentablemente su ideología prevalece en las esferas más poderosas del país. Olvidar no es una opción, es momento, ahora sí, de tener «memoria y dignidad».
¡Terrorismo nunca más!