Existen pocas personas en la historia con la peculiaridad y relevancia de Blaise Pascal. El pensador, matemático y filósofo francés impactó significativamente a la humanidad, pues se le recuerda por inventar la primera calculadora mecánica, incentivar la primera forma de servicio de transporte público y descubrir la existencia del vacío. Asimismo, es precursor de la famosa ruleta francesa y la reconocida ley de la probabilidad, en la cual precisamente se basa este artículo. Cabe mencionar que no creció en el seno de una familia religiosa, no obstante, vivió gran parte de su vida obedeciendo la moral cristiana. Se afirma que, durante su juventud, la accidentada salud de su familia propició en él un gradual y decisivo autocuestionamiento, que los libros de historia ratifican.
Mientras su padre padecía incesantes dolores, a causa de un accidente, Pascal recibió la exhortación de un obispo holandés que a menudo los visitaba. Dichas prédicas eran tan persistentes como aquella inclinación a la autorreflexión que poseía la eminencia matemática. Estas íntimas experiencias fueron determinantes, ya que posteriormente se convertiría en un fervoroso promulgador de la fe cristiana. A pesar de su nueva concepción de la existencia misma, Pascal no creía que la religión que profesaba perjudicaría su amor por la ciencia. Por el contrario, tenía la seguridad de que aquella sed de conocimiento era capaz de complementarse con su fe y constantemente decía haber encontrado en Dios aquel consuelo que los hombres no podían ofrecerle.
Su austeridad, el principio de las probabilidades que desarrollaba, su peculiar afición por los juegos de azar y la preocupación por el futuro de los incrédulos le permitieron plantear, en el siglo XVII, lo que hoy se conoce como “la apuesta de Pascal”. Se trata de un singular argumento sobre la creencia en la existencia de Dios y su relación con un modesto ejercicio de racionalidad. Fue parte de Pensamientos, su obra póstuma, en la que se recopilan fragmentos filosóficos y reflexivos en defensa de la moral cristiana. El argumento pascaliano sostiene que, si bien no es totalmente confirmada la existencia de Dios, lo racional es apostar que sí existe o, en todo caso, vivir como si existiese. El maestro, creía que dicho estilo de vida, basado en la moral cristiana, resulta realmente provechoso para los individuos y que tiene más beneficios que desventajas. En este sentido, expuso que son cuatro los escenarios posibles:
- Puedes creer en Dios; si existe, entonces irás al cielo.
- Puedes creer en Dios; si no existe, entonces no ganarás nada.
- Puedes no creer en Dios; si no existe, entonces tampoco ganarás nada.
- Puedes no creer en Dios; si existe, entonces no irás al cielo y serás castigado.
«Si Dios no existe, nada pierde uno en creer en él, mientras que, si existe, lo perderá todo por no creer.” A continuación, la representación gráfica y matemática de dicha premisa:
Pascal argumentaba que se debe creer en Dios si hay una mínima posibilidad, diferente de cero, de que exista; porque el hipotético infinito de la vida celestial minimiza cualquier sacrificio en una vida finita. Es decir, aquellos padecimientos que una vida cristiana puede requerir son mínimos en comparación a su recompensa. De esta forma, se elegiría la opción más lógica y racional que los individuos tienen. A su vez, es importante mencionar que su propuesta resulta curiosa e interesante para los agnósticos, debido a que ellos cuestionan el absolutismo que implica la existencia de una entidad omnisciente y omnipotente, sin embargo, no la niegan o descartan. En cambio, para los ateos, resulta inconcebible introducirse en dicha discusión porque para ellos la idea de una posible existencia de Dios es nula.
En este sentido, surgen críticas hacia la teoría, debido a su propia naturaleza. El filósofo argentino Mario Bunge señala que dicha suposición de que la existencia de Dios es una cuestión de azar, «es a la vez científicamente falso, filosóficamente confuso, moralmente dudoso y teológicamente blasfemo». Sería científicamente falso porque ninguna ciencia puede calcular la probabilidad de la existencia de Dios. Sería filosóficamente confuso porque el argumento divaga entre la plausibilidad de una proposición y la probabilidad de un hecho. Sería moralmente dudoso porque los creyentes honestos no actúan por conveniencia. Y, finalmente, sería teológicamente blasfemo porque los teólogos sostienen que Dios no es una criatura casual, sino el único ser necesario. Además de la mezquindad que se le atribuye, también se cuestiona que la apuesta resulta indiferente al resto de religiones y deidades, señalando así, que agradar a un determinado Dios puede significar la condenación de otro.
Por su parte, ante estas aseveraciones, apologistas de dicha apuesta recalcan algunos principios fundamentales que reivindican su propósito. En primera instancia, aseguran que no se puede comprender la teoría de Pascal sin tener en cuenta su teología y relación con el calvinismo. Pascal no pretendía enfocarse en que los individuos crean, sino en la búsqueda e iniciación del camino cristiano. Es decir, que las personas consideren lo que está en juego y se lancen a la búsqueda de Dios. Esto implica que puedan o no hallarlo, sin embargo, la intención planteada es que el hombre busque a Dios porque existe la posibilidad de encontrarlo. Por otro lado, se expone que Pascal realizó la teoría desde su perspectiva, por esa razón es válida la inclusión particular de su religión. Además, sobre esa disyuntiva se añade que ninguna otra deidad ofrece una vida eterna tan privilegiada como la de Yahvé.
La relevancia de Blaise es irrefutable y su capacidad autorreflexiva lo convirtió en un polímata comedido. Nunca se avergonzó de su fe y su inclinación a la ciencia en ninguna ocasión le generó oprobio. Complementó la espiritualidad de su razón con la lógica de su espíritu. Aceptó su precariedad y rechazó enaltecer la vulnerabilidad que lo rodeaba. Su apuesta generó un intenso debate en el siglo XVII, el cual continua vigente hasta la actualidad. Si se ponderan las opciones, claramente la elección racional de vivir como si Dios existiera, es la mejor de las alternativas posibles. De todas formas, muchos critican dicho planteamiento, mientras que, muchos otros no se cansarán de reivindicarlo. Lo cierto es que será determinante el enfoque interpretativo que se le otorgue y cuánta disposición se ofrezca durante el proceso de análisis. “La grandeza de un hombre está en saber reconocer su propia pequeñez”, decía Pascal.