La cuarentena que estamos viviendo como consecuencia del Covid-19 ha creado condiciones ambientales pocas veces vistas en las últimas décadas. Con la paralización de las actividades humanas y el encierro forzado que vivimos, hemos obtenido una mejora de la calidad del aire en nuestras ciudades y ríos más limpios. Estos hechos han sido ampliamente abordados por la prensa y medios especializados ambientales.
No obstante, hemos obtenido otro gran beneficio que ha pasado casi desapercibido: la disminución de nuestras actividades urbanas e industriales nos ha llevado a reducir los sonidos molestos en las calles, el ruido de las máquinas industriales y el de los locales nocturnos. Las tardes y noches son más tranquilas a partir de la hora del “toque de queda”.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el ruido es una forma de contaminación (al igual que la contaminación del aire, agua y suelo) y es considerado como uno de los principales riesgos ambientales para nuestra salud. Generamos ruido en el transporte terrestre y aéreo, en la industria, en las actividades de construcción, en el comercio y durante los momentos de diversión y ocio.
Los ruidos pueden llegar a ser tóxicos: debilitan nuestro sistema auditivo, perturban nuestro sueño, afectan nuestra concentración, nos afecta psicológicamente (produce irritabilidad, ansiedad, estrés e incluso agresividad) y pueden modificar nuestros sistemas endocrino y cardiovascular. Por otro lado, esta contaminación también afecta a los animales. En efecto, el ruido perturba la comunicación sonora de animales impidiendo la transferencia de información esencial sobre la presencia e identidad de los individuos. En igual forma, el ruido provoca estrés en los organismos que desempeñan un papel esencial en el funcionamiento de los ecosistemas, como los encargados de descomponer la materia orgánica, los polinizadores o los dispersores de semillas. El ruido es una amenaza silenciosa a la cual debemos enfrentar.
Dentro de este marco, el Ministerio del Ambiente ha informado sobre una reducción de ruido durante la cuarentena que puede ir hasta 8 dB, es decir, sonidos dos o tres veces menos fuertes. Esta reducción drástica de los niveles de ruido nos ha permitido valorar el silencio y los sonidos de la naturaleza -como el canto de las aves o el sonido de los árboles acariciados por el viento- y con ello, comprender la nocividad de los ruidos que generábamos en lo que conocíamos como nuestra “normalidad”. En realidad, nos habíamos acostumbrado a vivir inmersos en el ruido que nosotros mismos generamos.
En esta perspectiva, esta situación única debe interrogarnos sobre nuestra relación con el ruido. ¿Volveremos a un mundo ruidoso? ¿Qué podemos hacer para evitar que vuelva el ruido? El tratamiento de la contaminación acústica no es una tarea simple: nuestros oídos no pueden cerrarse a voluntad y tampoco existen recicladores sonoros. La lucha contra el ruido es difícil porque el sonido no tiene límites, ni fronteras. Los aislantes acústicos pueden ayudar en la tarea, pero como en todo problema de contaminación, el problema es la fuente del ruido: nuestros autos y nuestras propias acciones muchas veces inadecuadas.
Por esta razón, la lucha contra la contaminación acústica debe ser una acción colectiva e individual porque lo generamos todos y todas. Por un lado, debemos aplicar sin demora medidas operativas para reducir el ruido en el ambiente. Por otro lado, necesitamos sensibilización, colaboración ciudadana e implicación decidida de nuestras autoridades con la aplicación y cumplimiento de las normas existentes y el reforzamiento de la legislación.
En las ciudades, debemos preferir caminar, usar la bicicleta o cualquier alternativa al uso de un vehículo con motor a combustión. En el caso de las motos, debemos desterrar esa mala práctica de considerar que el ruido más fuerte es un argumento de venta. Bajo esta lógica, los vehículos eléctricos (autos y motos) se posicionan como una excelente opción para reducir parte del ruido en la ciudad. Con respecto al uso desmedido del claxon o bocina, debemos apuntar a eliminar esta práctica inadecuada. En nuestras viviendas, es limitar el uso de equipos ruidosos y utilizar modos de escucha individuales de la música en horas de la noche. A esto debe sumarse, la planificación urbana y el uso de métodos efectivos de mitigación del ruido, como las barreras acústicas en vías con alto tráfico vehicular.
En pocas palabras, esta crisis sanitaria que nos ha enseñado a usar una mascarilla para no contagiar al otro en caso de infección y a mantener el distanciamiento social para evitar la propagación del virus, debe enseñarnos a proteger al otro de cualquier contaminación sonora, preservando la calidad acústica de nuestras ciudades para que crezcan y se desarrollen de manera sostenible.