La política peruana es una vorágine con duros extremos y flácidos medios que luchan por un poder que para quienes lo obtienen podría no tener límites. Lo hemos visto en 2016 cuando Fuerza Popular se hizo del Legislativo, en 2019 cuando Martín Vizcarra golpeó al estado y cerró un congreso, así como en 2020 cuando se vacó al exmandatario moqueguano.
Con sus matices democráticos, todas esas decisiones instaron en el descaecimiento de nuestra ya precaria democracia. Pero muchas veces enfocamos erróneamente el problema, culpando a las instituciones y no a quienes las controlan. Ante ello surge una incógnita, ¿quién jugo mal?: ¿la derecha o la izquierda?
Para entrar a este debate, antes, deberíamos considerar al electorado. Nosotros, el pueblo que vota, no conocemos realmente lo que hay detrás de las ideologías. Camina por la calle y pregúntale a un transeúnte qué es el liberalismo clásico y probablemente entiendas por qué tus debates por Twitter son una roca al agua, que genera un par de ondas por un par de segundos. Entendamos que el voto, en la praxis, no es por «la derecha» o «la izquierda»; sino, siendo algo simplistas, por «el profe chotano», con el que el Perú profundo se puede identificar, o «la democracia y la economía», que defienden el establishment. ¿Ya se dieron cuenta?
La fragmentación de nuestro electorado es en verdad una mezcla de factores sociodemográficos. Esa es una posible razón por la que algunos encuentran viable una República Peruana del Norte y otra del Sur, aunque suene contradictorio con el párrafo anterior, una a la que se atribuirían características de «la derecha» y otra con valores más de «la izquierda». Sin embargo, esta división en el voto nada tiene que ver con las tendencias ideológicas dicotómicas y antagónicas que ya conocemos.
Ahora, respondamos la pregunta del inicio: ¿quién jugo mal? La respuesta es fácil: todos. En la izquierda tenemos anacronistas, radicales antisistema, maoístas, castristas, chavistas y un poco más de todo lo malo; sin embargo, en la derecha también tenemos mala hierba: pinochetistas, fachistoides, fundamentalistas y caudillistas. Ambos lados han aprendido a jugar mal, a romper las reglas y tienen como ley el irrespeto a las instituciones y a la democracia en su conjunto. Finalmente, los votantes han sido cómplices de los errores de ambos lados, premiándolos con escaños en el Parlamento o, inclusive, con la Presidencia de la República.
Días atrás leía: «La democracia es un medio, el fin es la libertad», como si una dictadura liberal fuese a conducirnos hacia un país más libre, donde se respete a cada uno en su individualidad. Así como estos comentarios, lamentablemente miles. No hemos madurado como demócratas ni como animales políticos, aún seguimos siendo más animales, y justamente ese es el aval del electorado que tienen los duros extremos para hacerse del poder y quedárselo.
Por lo mencionado, mi reflexión abarca más allá de los colores políticos y el accionar de ambos bandos en estas elecciones, se direcciona hacia nuestra corta y controvertida historia republicana, en la que no hemos comprendido lo que emitir un voto significa, en todo lo que hay detrás o la lucha que miles hicieron para obtenerlo. Emitimos un voto aún instintivo, impropio y desagradecido, cuando debiera ser sesudo, estudiado y recordando a quienes reivindicaron nuestro derecho a sufragar.
Estamos ahora frente a un país ingobernable. La culpa, ténganlo claro, no es exclusiva de derechistas, izquierdistas o centristas; sino de la ciudadanía en su conjunto, los medios de comunicación, los influencers, los activistas, el empresariado y todos los que hemos terminado siendo cómplices o con un silencio que ensordece o con gritos que callan.
¿Cómo recuperar la viabilidad del país? El principal antídoto que encuentro a las crisis que vivimos hoy es la renovación de los partidos políticos: una izquierda realmente democrática y alejada de los remanentes del terrorismo, una derecha que defienda ideas y no personas, así como un centro que salga de los círculos de tecnócratas y tuiteros. Ya se ha roto el statu quo, ahora queda adaptarnos y evolucionar.