Un primer hecho que salta a la vista es que el hombre tiene la capacidad efectiva de tomar elecciones particulares al amparo de su libertad. Las razones o motivos que cada quien baraja determinan o delimitan la opción a asumir. Lo mismo, cuando la gama de estímulos es múltiple —una carta de menú, por ejemplo— o cuando las alternativas son cerradas elegir entre a y b. Ahora bien, como la libertad no se verifica en abstracto, sino que se especifica en elecciones particulares, ante un mismo hecho u acontecimiento, puede tener expresiones o manifestaciones dispares. En buena cuenta, la singularidad de la persona se revela en el ejercicio de su libertad. Las razones para tomar posición no tienen por qué ser enjundiosas, racionales, bizarras o solidarias: caben también razones subjetivas, irracionales, opuestas, vindicativas o por mera preferencia… Con todo, las personas actúan buscando siempre su bien, pero acomodado, interpretado y entendido en función de su propio juicio.
En esta línea, en la jornada electoral los peruanos sobre la base de sus propias razones y de su elección particulares tomaron posición. Coincidencias, discrepancias, indiferencias, oposiciones, etc. Estos y otros adjetivos caracterizarían tanto a los votos emitidos como a los no concretados. La libertad encuentra su apogeo en espacios y contextos que la promuevan, la valoren y la respeten: uno de ellos es un gobierno decididamente democrático. No obstante, que se desenvuelva mejor en ese régimen, no quiere decir que la libertad sea una dádiva o concesión de los estados. La capacidad de elegir es una prerrogativa inherente a la persona, por tanto, los gobiernos están obligados a promoverla y no a ahogarla.
En este sentido, la promoción y el respeto por las elecciones particulares tiene que reflejarse palmariamente en las políticas, orientaciones y estrategias formuladas y actuadas en las diversas instancias gubernamentales nacionales, regionales o locales. Cuando la sociedad esta desarticulada y son los ciudadanos individualmente quienes —en condiciones asimétricas— interactúan con el estado, su campo de elecciones se reduce y en mucho. En cambio, en la medida que en una sociedad abunden instancias intermedias —fuertes, dinámicas y activas— desde donde las personas puedan aportar, decidir y apoyarse mutuamente, podrán protegerse articuladamente de los excesos o imposiciones de los entes del estado. A mayor distancia, despersonalización, interferencia y orfandad, el voto no atenderá las propuestas o planes de gobierno de los candidatos, sino canalizará una posición contra la estructura de un estado y el estilo de un gobierno.
Una segunda ruta de análisis guarda relación con las tendencias generales, manifestadas en el conjunto de los resultados obtenidos. Dichas tendencias, encuentran explicación en algunas huellas —acentuadas con el paso de los años— en la realidad peruana. Señalaré someramente tan solo cuatro:
- Suele ocurrir que toda nueva elección altera el statu quo logrado por las acciones de un gobierno saliente —independiente de su valoración— el cual ha instalado modos o usos operativos aprovechados con eficacia por grupos de poder económico; grupos coludidos con la corrupción; grupos ideológicos y, por último, por grupos que operan sin contravenir las leyes. El temor al “cambio” genera resistencia, – se entiende que no es decorativa sino abiertamente activa – tanto mayor cuanto más usufructúo se ha recibido del gobierno.
- Desde hace 40 años, las mentes de una gran parte de nuestros jóvenes se las han amoblado con conceptos, criterios, actitudes y sentimientos de corte marxista, ora más radicales ora más refinados; pero lo cierto es que el resultado ha sido la configuración de una forma mentis —latente— jalonada por las contradicciones y por la confrontación.
- Esa mentalidad latente ha sido y es atizada por un estado fallido, ausente, sin norte ni miras claras hacia el bien común, con magros e ineficaces servicios públicos que restriegan en el rostro la frustración de no poder elegir otra alternativa; proclive al populismo, a las promesas incumplidas o dádivas mal orientadas; al extremo es el estado el que no solo sufraga, también apaña iniciativas que socavan la democracia y la integración del país.
- Una vena que recorre por igual por el cuerpo del estado y de muchos ciudadanos, llevando el flujo sanguíneo de una suerte de mesianismo. El primero, a través de sus sucesivos gobiernos, tiene la convicción de que es el llamado a garantizar la felicidad y el bienestar a todos y, además, ambas tienen que ser diseñados e incoadas por aparato estatal. Los segundos, están convencidos de son otros los llamados a impulsar los cambios, votando por fórmulas presidenciales o planes de gobierno distintos y, por distintos, no requieren de mí, ni de tu concurso.