Hemos vivido una semana en demasía agitada. Entre la incertidumbre de menúes electorales fabricados en huariques de mala muerte y el fanatismo de los seguidores de quienes buscan el sillón presidencial, nos hemos empalagado de fake news y argumentos alicaídos. Como si no bastase, hacia el final del túnel nos hemos encontrado con un nuevo inicio precario y folklórico, como no podía dejar de ser en la politiquería peruana. Entre la hija de un exdictador y el unigénito de Vladimir Cerrón, los peruanos tendremos que —nuevamente— depositar nuestra confianza en el mal menor.
Un lápiz, el sur y el centro
Los resultados de estos comicios han develado una fragmentación sociodemográfica y una marcada distinción entre las diversas macroregiones del país. El sur y el centro han jugado un papel crucial. Hasta inicios de marzo, Yonhy Lescano, un insider político puneño, dominaba ambas zonas con 28 % y 14 %, respectivamente. Sin embargo, a una semana de las elecciones, el simulacro de Ipsos daba cuenta de una abrupta caída del acciopopulista, pasando a tener 18 % en el sur y solo 4 % en el centro. En tanto, Pedro Castillo, un sindicalista radical de izquierda, empezaba a incrementar su intención de votos y hacerse de un espacio entre los seis principales candidatos. Creciendo 13 % en el sur y 12 % en el centro, el postulante del lápiz empezó a concentrar el mayor número de votos en esas macroregiones.
Pedro Castillo y su speech sin filtros estaban dando resultados. Estaba logrando empatizar con los peruanos que han vivido por años ignorados y al margen del sistema. Con propuestas que fluctuaban entre la inviabilidad, el autoritarismo y la inconstitucionalidad, un Perú profundo, ajeno a las campañas limeñizadas de Verónika Mendoza —quien en 2016 llegó a ser respaldada por el 24 % del sur y el 23 % del centro— y la dividida derecha, decía a gritos que necesitaba un cambio y que la confianza para ejecutar este sería depositada en un «insider silencioso» 1 de apellido Castillo.
En esa línea, cabe destacar el crucial papel que jugó el comportamiento anti-establishment y la búsqueda de venderse como el perseguido por «los poderosos» que tuvo Castillo. La mentalidad victimista del postulante del lápiz rojo profundizó esa empatía. Ello, sumado a la rápida difusión en las regiones de que un profesor cajamarquino estaba siendo atormentado por las autoridades logró cerrar un núcleo duro.
El silencio de una mano dura, pero segura
Sin duda alguna, una de las campañas más exitosas fue la de Keiko Fujimori. La lideresa de Fuerza Popular se perfilaba como un inviable hacia la Presidencia. Mala lectura de sus contendientes. Las bajas expectativas de su candidatura le permitieron no ser el punto de las críticas. Al contrario, el rechazo hacia la derecha fue depositado en López Aliaga, principalmente, y en menor medida en De Soto. Teniendo un candidato «ultraconservador» y otro «ultraliberal», en materia social y económica, respectivamente, no había mucho que criticar en la fujimorista.
La ausencia de constantes críticas fue solo uno de los puntos fuertes de quien podría ser la primer presidente mujer de nuestra república. Con más de dos décadas ejerciendo un papel en la política (en 1994 fue designada como primera dama por su padre), Keiko —ahora llamémosle la china— tenía un performance envidiable para el resto de los competidores en las elecciones. En los debates, la china destacó tanto por la capacidad adquirida que tuvo para dar a conocer sus propuestas electorales como por su parsimoniosidad. Seguridad, simpleza y claridad son características que sus mayores contrincantes (De Soto y López Aliaga) no tuvieron y les costó perder los debates.
Un tercer punto que se puede destacar de Keiko Fujimori es la «mano dura». La china del bicentenario encontró en el añejo recuerdo de su padre una forma de recuperar fuerza en estos comicios. En medio de una pandemia, como la que adolece actualmente el Perú, el recuerdo —acertado o equívoco— de un Alberto Fujimori sacando al país adelante, tras la debacle económica y social que heredó de Alan García, se volvió un lema que caló magistralmente en el núcleo duro naranja.
«Volver», «recuperar» y hasta «el ritmo del chino» han sido términos estratégicamente esgrimidos durante sus discursos y videos de campaña. Todo en referencia a su progenitor, al mismo fantasma autoritario que trataba de alejar durante su campaña en 2016. Con pocos tropiezos, la «fujicard»2 dio los resultados esperados y permitió a Keiko llegar por tercera vez a una segunda vuelta. ¿La tercera es la vencida?
Estupor
Sin duda, ambas candidaturas irrumpieron sin anuncio en unos comicios que parecían ya tener coronados a la segunda vuelta. Desde Julio Guzmán, quien quedó morado con los resultados; hasta Hernando de Soto, quien ya anunciaba haber obtenido laureles la semana última, recibieron una sorpresa al llegar un rojo y una naranja, una extrema izquierda y una derecha caudillista, a la segunda fase electoral.
Con un panorama más claro, cada candidato buscará reunir los votos de sus excontrincantes. Mientras Keiko tendrá un camino sin baches, pero de arduo diálogo, para obtener el respaldo de Avanza País y Renovación Popular, partidos con propuestas similares a las que ella viene anunciando; Castillo probablemente opte por moderarse, comportarse y buscar los votos del más acérrimo antifujimorismo. Nada está dicho y la balanza está recién calibrada.
1 Fujicard. En mi crónica «Fujicards para ganar» refiero a este término como «la búsqueda de Keiko de recuperar, a través de su padre, el voto del núcleo duro del fujimorismo».
2Insider silencioso. En mi crónica «El lápiz rojo detrás del Castillo» explico que Pedro Castillo, lejos de ser un outsider, ha sido un insider que, en un silencio para quienes no viven en regiones, venía ejerciendo política de distintas formas.