En nuestro país, unas cuantas frases desafortunadas bastan y sobran para encender el constante reguero de pólvora en el que nos hemos convertido, políticamente hablando. El domingo 28 de febrero, el presidente Francisco Sagasti declaró: «No queremos que solo el que tiene plata se vacune», en referencia a la proposición de la Confiep que buscaba dar la posibilidad para que las empresas privadas, a través de gremios empresariales y cámaras de comercio regionales, compren y distribuyan vacunas de forma gratuita a los trabajadores y sus familias.
Recalco que lo dicho por Sagasti fue desafortunado, porque, lamentablemente, parece que el ánimo le sobrepasó; y en un arranque de encendida «justicia social», lanzó una frase que terminó polarizando al país y marcando la pauta de hasta conversaciones cotidianas. Sin embargo, el disfortunio no se agota ahí, sino que desde el lado de los privados tampoco se supo ser totalmente claro frente a lo que se quería hacer. No fue sino hasta después de lo ocurrido que se precisó que la propuesta de adquirir vacunas sería durante el tercer trimestre del año.
Pero ¿es posible que los privados puedan comprar vacunas?, ¿interferiría esto con las fases de vacunación?, ¿se dejará morir a quienes menos tienen para permitir a aquellos con mayores recursos salvarse? Vamos a pensarlo detenidamente.
El tema de la adquisición de vacunas es en demasía complejo; no es un procedimiento como entrar a una página web, contactarse con un productor del otro lado del mundo y encargar un lote que dentro de un par de semanas llegará a la puerta de tu domicilio. Además de las imbricadas negociaciones, la principal razón de ello es la escasez. Sí, la vacuna ha pasado de ser un tema sobre todo científico, a ser uno de carácter económico -altamente político siempre lo fue. Lamentablemente, la producción aún no ha logrado el nivel necesario para que la oferta pueda suplir la enorme demanda. Y sobre si los laboratorios están o no negociando con privados, vemos que Gamaleya ha mostrado predisposición a hacerlo, por lo que otros podrían seguir su ejemplo. Entonces, al día de hoy la posibilidad de que los privados adquieran vacunas es aún incipiente, mas no nula.
Responder la segunda pregunta requiere limitar pasiones y pensar en base a prioridades. Es una cuestión puramente racional: teniendo en cuenta que el stock es muy reducido, es necesario priorizar la inmunización en aquellos con más riesgo de morir y en los encargados de atender a quien pueda sufrir la enfermedad, pues así proteges al que te terminará protegiendo en caso lo requieras. Difícilmente alguien se interpondría a ello al día de hoy, salvo aquellos 487, claro está. Sin embargo, esta situación no durará para siempre, y más temprano que tarde, se terminará la inmunización del personal de primera línea y con aquellos considerados como población de riesgo en la fase 2.
Es en el transcurso de la segunda fase donde la actuación de los privados será determinante. Se dice mucho sobre el trabajo de los privados en torno al apoyo logístico, subordinado al accionar y las directrices del Estado; sin embargo, poco se habla del rol crucial que pueden tener las firmas privadas, en todo el mundo, para que la producción de vacunas aumente considerablemente. Al respecto, ciertos laboratorios ya han empezado a apostar por la producción descentralizada, con la finalidad de aumentar de forma notable el stock global de vacunas1. De esta manera, podríamos volver a preguntarnos: ¿el privado es siempre el malo de la película y es necesario ponerlo constantemente contra las cuerdas a pesar del ya probado y eficaz apoyo que puede otorgar en términos logísticos y potencial en términos de producción? Recordemos que de no ser por los privados, vaya a saber usted cuándo el primer lote de Sinopharm habría tocado suelo peruano.
Pero el dilema sigue ahí: permitir o no que alguien que puede comprar la vacuna -que por cierto resultaría tan cara como una caja de cervezas- lo haga. Si bien las condiciones inmediatas hacen que ello sea prácticamente imposible por lo ya expuesto, bloquear cualquier intento de que esto pueda hacerse en un futuro cercano sería totalmente irresponsable y dogmático. Sí, no ideológico, sino dogmático. Ideología todos la tenemos y la usamos al momento en el que nos proponemos entender el mundo que nos rodea, pero encasillarse rígidamente en sus parámetros es harina de otro costal.
Cuando las condiciones sean propicias, lo que parece no demorará tanto como se estimó, los privados deben de tener la cancha lista para que puedan desenvolverse y participar en el proceso de inmunización con la mayor celeridad posible, tanto con la logística como con la producción y la distribución.
Con lo mencionado, no refiero a que el Estado debe de encerrarse, sino que ha de cumplir con tareas de suma importancia: reducir las trabas y las barreras burocráticas; tener un marco normativo listo, que fomente la transparencia a todo nivel; y afianzar la infraestructura en la salud pública, la cual atiende a más del 90 % de los peruanos. Además de, por supuesto, trabajar en pared para que la campaña de vacunación se cumpla como se ha proyectado y, por tanto, pueda alcanzar la inmunización colectiva lo más rápido posible.
Entonces, una vez atendidas las prioridades inmediatas, persistir en la dicotomía pobres/ricos es tan miope como las declaraciones que abogan por una equidad plagada de «justicia social». No se dejará morir a quienes menos tienen para permitir que aquellos con mayores recursos puedan salvarse, puesto que habiéndose dado un aumento en la oferta global y teniendo el campo propicio en el terreno nacional, se podría emprender un trabajo conjunto y articulado en beneficio de todos. La pelota está, como siempre, en la cancha del Estado y ojalá no veamos un autogol.
1Para más información sobre este punto pueden revisar la siguiente nota: https://www.ft.com/content/316b77c1-e640-4d53-8dec-547b1b5651d8