«La gran desventura de Francia es la preferencia de la igualdad por encima de la libertad»
Alexis de Tocqueville
Cuando Karl Marx comenzó a escribir su teoría sobre el capital humano, observó, bajo su perspectiva y criterio; que el sistema capitalista no significaba otra cosa más que un robo a las clases trabajadoras, que era un modelo esclavizante y muy desigual y que, según sus conclusiones, llevaría al irremediable colapso de todo el sistema. Empero, como sabemos, esto jamás sucedió; de hecho, muy por el contrario, el sistema capitalista de libre mercado permitió que el mundo pasara de tener una pobreza extrema de casi 90 % en el siglo XIX, a un 10 % hasta poco antes de la pandemia. Lo cierto es que, aún cuando esto ha sido un logro extraordinario para la libertad del mercado, las ideas de «equidad» y «lucha de clases», recicladas bajo las ideas progresistas y posmodernistas, son, hasta el día de hoy, enarboladas por las fuerzas políticas de la izquierda.
¿Qué define la izquierda como equidad? Desde la perspectiva izquierdista, la equidad no es otra cosa más que la nivelación de una sociedad en sus resultados. Todos trabajan por un bien común que favorece o satisface a todos por igual. La idea, por supuesto, no parece mala; por el contrario, resulta atractiva y seductora. No obstante, su aplicación es utópica, ya que el ser humano naturalmente tiene metas y sueños individuales, que busca incansablemente cumplir. Por lo tanto, subyugar estas metas personales por objetivos colectivos, que son decididos por otros y no por las propias personas, solo generan conflicto; una rebeldía en contra de un plan integral central, desencadenado por el autoritarismo de un Estado colectivista preocupado por la búsqueda de la tan popular «equidad».
Cuando Locke escribió su obra Tratado sobre el Gobierno Civil, vio aquel conflicto como algo potencial e irremediable que intentaba construir sociedades equitativas en resultados. Por ese motivo, propuso que el Estado, más que asegurar el bien común, debería resguardar las metas individuales de cada ciudadano: proteger el proyecto de vida individual; pues esto con el tiempo llevaría a la prosperidad de las sociedades. No por nada, uno de los países más prósperos de nuestro siglo tiene como derecho inalienable, dentro de su Constitución, la búsqueda de la felicidad personal.
En resumen, los valores que defiende la libertad, como la búsqueda constante de un individuo por cumplir su proyecto personal de vida, ha dado mejores resultados en la historia que aquellos principios equitativos que, en su intento de buscar el «bien común», solo ha logrado balancear y equiparar la pobreza y el descontento. Así, no está demás señalar que, hoy en día, los países más libres son los más prósperos y tienen los índices de calidad de vida más altos en todo el mundo.
Entonces, las declaraciones del presidente de la República, Francisco Sagasti, sobre la compra de las vacunas por el privado, llámese privado a cualquier institución lucrativa o no lucrativa que no sea parte del aparato estatal, nos enrumban por un camino sinuoso en post de una sociedad equitativa pero menos libre. Porque, al declarar que las vacunas son potestad del Estado para «resguardar» la vida por sobre el dinero, comete el mismo error que muchos otros políticos han cometido a lo largo de la historia.
Esta no es una carrera entre nosotros por quien llega primero; sino, es una carrera que cada uno de nosotros lleva contra el virus y la muerte. Precisamente, justo ahora, muchos están perdiendo esa carrera porque el Estado y los políticos no pueden resguardar sus vidas.
Así que, la meta de hoy es salvar la vida de la mayor cantidad de personas. No estamos para implementar medidas que en el pasado no han funcionado. No estamos para implementar experimentos que, sabemos todos, solo han dejado una estela nefasta en la historia.