Como apasionado de mi profesión, siempre he tenido un gran entusiasmo con los avances tecnológicos que marcan tendencias en el día a día de las personas. Desde la presentación del primer iPhone, en el 2007, por Steve Jobs, hasta mis ultimas cátedras donde hablo sobre los logros de Wanda Group y cómo han conseguido generar algoritmos de reconocimiento de sus consumidores.
Dichos algoritmos, permiten proyectar tendencias de compras y actualizar su cartera de productos, algo muy común que la virtualidad ha llevado a los centros comerciales del mayor grupo comercial chino.
Las tendencias del mercado apuntan a cada vez tener una mayor presencia digital, donde actualmente tenemos un 70 % de toda la población mundial. Esto obliga a las empresas a cambiar sus estrategias, digitalizando sus propuestas y enfocándose muy de cerca a su cliente final. Hoy en día, esta tendencia se conoce en el mundo como «Transformación Digital» o «Industria 4.0».
En esta tendencia global, donde cada vez mas dejamos el mundo físico por el mundo virtual, comienzan a existir nuevos paradigmas que deben de ser puestos en debate, como por ejemplo la propiedad de nuestra huella digital.
La huella digital viene a ser una estela virtual que dejamos durante nuestro paso por internet: desde un registro de nuestras últimas vistas en Google hasta las compras y las interacciones que tenemos en diversas tiendas virtuales. Lo podríamos calificar como un historial completo de quiénes somos en el mundo virtual y es único para cada individuo sobre la tierra.
Pero, ¿es esto ajeno a los servicios públicos? Claro que no. En el caso del Estado, se vienen trabajando varias iniciativas coordinadas desde la Presidencia del Consejo de Ministros y la Secretaría Nacional de Gobierno Digital. Ya hemos visto algunos destellos de servicios virtuales: la historia clínica virtual de EsSalud o la solicitud de un duplicado del DNI virtual por la RENIEC son ejemplos de ello. Sin embargo, lamentablemente, hemos visto también el avance de la «piratería» de bases de datos en mercados negros como Wilson u otros en los locales del Centro de Lima.
En teoría, la huella digital es nuestra por el principio de la propiedad privada. Así como tenemos derecho a nuestra intimidad, los datos de navegación son nuestros en el plano teórico; no obstante, en el mundo virtual esto se vuelve en demasía flexible, ya que existen empresas como Facebook o Google, que cotizan en la bolsa y su valor en el mercado depende mucho de las interacciones e información de sus usuarios. Con dicha data obtenida de los mismos, se pueden triangular campañas de marketing digital para millones de empresas en el mundo.
Tal vez, hasta este punto, pueda parecer que no hay nada más allá que una empresa que quiera conocer a su cliente; pero ¿qué pasa cuando la empresa toma atribuciones con nuestra información más allá de lo comercial, violando acuerdos implícitos como el respeto a la libertad de expresión (que puede ser evaluada o sentenciada como tal -o no- por una corte de justicia) o incluso para nuestro control e influencia a ciertas tendencias ideológicas o políticas?
En China, a la fecha, se sabe que hay iniciativas de recopilación de información para controlar y catalogar a sus ciudadanos y saber qué tan leales son al régimen. Lo hemos visto también en las elecciones pasadas de EE.UU. con el escándalo de Cambridge Analytics y recientemente en el baneo total del expresidente Donald Trump en sus distintas redes sociales.
Definitivamente, estamos en el preámbulo de un mundo mucho más digital e interconectado a nivel global y es muy importante que, como individuos evaluemos, debatamos y lleguemos a consensos sobre las reglas globales de interacción y convivencia de esta nueva realidad.