El Gobierno no tiene fácil el combate contra la pandemia. Si bien cuenta con los recursos económicos, esto no es suficiente… y nunca lo ha sido para ningún objetivo: ni gubernamental ni privado. El dinero o el capital, si bien es indispensable, no lo es todo; sino solo una parte de un largo proceso que lleva al éxito o el fracaso de cualquier proyecto.
Frente a un rebrote en los casos del COVID-19, el Gobierno decidió crear un semáforo con niveles de alerta y las respectivas medidas para contrarrestar la diseminación del virus según la gravedad de nivel del semáforo. Eso es lo más fino en análisis al que puede llegar el Gobierno: nivel regional, no distrital o municipal, como sería el ideal.
Los motivos de este rebrote o segunda ola serán discutidos por muchos años. Por los datos analizados, he concluido que las manifestaciones suscitadas a mediados de noviembre dispararon este rebrote. También, se ha probado que existe un desfase de dos meses entre un evento como ese y que el nivel de contagios y hospitalizados alcance el punto de saturación del endeble sistema de salud nacional (efecto cascada o bola de nieve). Esto quiere decir que las aglomeraciones causadas por el paro agrario y el relajo acontecido por las fiestas de fin de año traerán consecuencias en febrero y principios de marzo. Previo a esas fechas será difícil notar alguna mejora en la curva de contagios.
Sin margen para ser creativo ante una emergencia y con pocas ganas de innovar, el Poder Ejecutivo amplió el toque de queda e impide la circulación de vehículos particulares los días domingos en todo Lima, considerada (dudosamente) como zona de «Riesgo Alto», segundo nivel de los cuatro posibles del flamante semáforo gubernamental.
Si el objetivo de la medida es evitar las aglomeraciones y, por ende, los contagios, cabe resaltar que fracasó el primer día: las colas para conseguir transporte público fueron contradictorias con el objetivo de la norma.
Las normas dictadas por los gobiernos tienden siempre a no tomar en cuenta la realidad de las personas (no solo en el tema de la pandemia). Si bien se redujo las horas en las cuales se puede «interactuar», no fueron capaces de prever lo que eso ocasionaría. Esto, a pesar de tener la experiencia del año último en la aplicación de la misma medida.
Es discutible la eficacia de la inmovilización nocturna decretada por el Gobierno, pero ¿qué otra opción le queda? Existen diversas. Por ejemplo, se habría podido ordenar la detención de actividades económicas no esenciales (culturales, deportivas y sociales) hasta las 8:00 p.m., pero mantener el transporte público hasta la medianoche. De este modo, se hubiera causado el efecto deseado: que todos se vayan a sus casas sin provocar la desesperación en miles de personas que pugnaban por regresar a sus hogares antes del toque de queda.
La estrategia debe basarse en evitar aglomeraciones. Por tanto, al dictar una norma, el Gobierno debe considerar que ese es su objetivo y analizar las diversas aristas existentes.
Lo mencionado permitiría, además, trabajar un programa escalonado: los restaurantes y/o tiendas podrían hacer delivery de comida hasta las 10:00 p.m. por ejemplo. Con ello, se aliviaría la apremiante situación económica de miles de personas y empresas. Hacer un cierre indiscriminado no es la solución, hay que hilar más fino si no queremos alargar el plazo de la recuperación económica.
En tanto, las medidas individuales han demostrado ser más efectivas que las colectivas. Hacer hincapié en que de esta saldremos cuidándonos individualmente es difícil de digerir para muchos burócratas, quienes prefieren que el Estado tenga protagonismo en todo; pero esa es la verdadera fórmula para salir adelante.