Domingo 13 de septiembre. Los peruanos divididos. Algunos defendían a Vizcarra y el ‘swing’ que lo caracteriza. Otros, en cambio, cuestionaban al jefe de Estado y veían en Merino un ser presidenciable tras la posible vacancia. Sí, Manuel Merino de Lama apuntaba a ser una reencarnación del Paniagua dosmilero.
Un día tranquilo, poco ruido político. No obstante, miles a la espera de los reportajes. En las noches domingueras, lo que más corre es sangre. Sangre política. Votos y respaldo, en realidad.
Llegan las 19.00 horas. «Otra vez no, presidente», señala una conductora televisiva tan indignada como impávida. El presidente era nombrado en nuevos audios por su exasistente Karem Roca. El factor sorpresa ya no causaba más que repudio en la política.
Roca ahora conversaba con Mirian Morales, exsecretaria general de Palacio de Gobierno. En el audio, Morales develaba su ira e indignación al descubrir que se habían develado los registros completos de visitas a la casa del jefe de Estado: «Carajo, puta madre, por qué no nos dieron eso antes».
Luego, con desesperación, se escucha a Morales instruyendo a Roca: «Hay que negarlo hasta el final». ¿Negar qué? Negar que Richard Cisneros asistió a Palacio de Pizarro en diversas ocasiones.
Además de ello, se propalaba un audio con contenido gráfico. «Cuando yo entraba a su oficina, encontraba un preservativo, tenía que botarlo», indicaba Roca. El presidente habría tenido actos íntimos en su oficina cuando era gobernador regional de Moquegua.
Entre el estupor y la incertidumbre, los peruanos nuevamente estaríamos a la expectativa de qué pasaría en el país.
Nos levantamos el lunes 14. La Presidencia de la República anunciaba que Vizcarra se pronunciaría. Aparece el mandatario y usa su frecuente dedo de sentencia y su ineludible estrategia being victim. «Yo sigo aquí, con la frente en alto, y repito: no voy a renunciar», aseguraba lo menos cercano a un héroe de la última década en la política peruana.
Ese mismo día, se había presentado una demanda competencial y una acción de amparo para frenar la moción de vacancia, cuyo futuro conoceríamos tres días más tarde, el jueves 17 de septiembre. La primera fue admitida a trámite. La segunda, desestimada. El Tribunal Constitucional no fue vizcarrista en esta ocasión.
Llego el día final: 25 de septiembre. Un viernes presto para hablar de política. Todos en la pantalla a la espera del debate de la moción de vacancia. El presidente no daba indicios de vida (política, evidentemente). Hasta las 9:40 a.m., hora en la que despidió a su defensa ante el Congreso, nadie informaba del paradero presidencial.
No obstante, el silencio se rompió a las 10 horas. Vizcarra iría. El presidente llegó al Congreso. Habló un cuarto de hora y solo dijo lo estimado (parafraseando) «soy el de los audios, pero no es lo que parece».
El debate inició y dejó en claro dos de tres cosas.
La primera, que los congresistas pueden odiar y repudiar al mandamás del Ejecutivo, pero prefieren votar en abstención, como Podemos Perú (PP) y Omar Chehade. En el caso de Chehade, develó su populismo efímero calificando de dictador a Vizcarra, pero no votando a favor de vacarlo. Esto, mientras PP nos recodaba todas las malas acciones, pedían a gritos su vacancia, pero a la hora del voto, se abstuvieron.
La segunda, que estamos bien representados. Como informó IPSOS, el 78 % de la población considera que los audios tienen contenido incorrecto. No obstante, el 79 % prefiere que continúe en el Palacio de Gobierno. En el caso del Congreso, el 71 % de representantes o se abstuvo o voto en contra de la vacancia (provocando que el presidente continúe); sin embargo, el 79 % cuestionó su accionar y alegaban que su voto era por la «institucionalidad» y la «estabilidad». Números símiles.
El tercer punto, el cual no queda claro, es qué será del país. Rodeados de legisladores que no creen en lo que enuncian y gobernados por un mandatario que encarna el antónimo de la palabra ‘estadista’, el panorama no es alentador. En fin, el presidente se salvó de una renacida inquisición sin fuego, que lejos de destacarse por argumentos, resaltó por gritos. El futuro del país, claro queda, está en las manos de quien el pueblo puso en el Parlamento y de quien recibe aplausos y rechaza críticas (Vizcarra).