En esta fecha conmemorativa, las Naciones Unidas celebran hoy el «Día Internacional de la Paz». Recordando sus orígenes, en 1981 la Asamblea General adoptó oficialmente este día con el fin de conmemorar y fortalecer los ideales de paz en el mundo. Luego, en 2001, la Asamblea General proclamó, mediante la Resolución 55/82, que cada 21 de septiembre se celebrará el Día Internacional de la Paz.
En la resolución se señala «la atención de todos los pueblos para la celebración y observancia de la paz» y, a su vez, declara «como un día de cesación del fuego y de no violencia a nivel mundial, a fin de que todas las naciones y pueblos se sientan motivados para cumplir una cesación de hostilidades durante todo ese día».
La paz es un derecho humano inalienable, que se extiende para toda la humanidad y que se relaciona con otros derechos fundamentales y colectivos, el cual se ubica en la tercera categoría de los derechos humanos. Al respecto, la Conferencia General de la UNESCO sostiene que la paz no significa solamente la ausencia de conflictos armados y pone de manifiesto que no hay paz cuando existen flagrantes violaciones de los derechos humanos, ya que la paz conlleva la exigencia de justicia entre las sociedades y el reconocimiento de la igualdad y la dignidad de todos los pueblos y culturas.
Sin embargo, en el mundo de hoy, a pesar de los grandes esfuerzos de la ONU por preservar la paz y la seguridad internacional, siguen presentes diversos conflictos armados de carácter internacional y no internacional, los cuales generan violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos, siendo la población civil la más vulnerable ante la violencia y sus diversas manifestaciones.
Estamos ante una amenaza latente de una conflagración bélica de mayor escalada. Los últimos conflictos en el tablero geopolítico nos muestran la desestabilización del orden internacional, con impactos que van desde la pérdida de vidas humanas, la opresión, el quiebre de la democracia y la destrucción indiscriminada de territorios, vulnerando los principios fundamentales del derecho internacional establecidos en la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, así como en los demás pactos y convenciones internacionales que, en esencia, defienden la vida, la paz y los derechos supremos de la humanidad a nivel global.
Sumado a esto, millones de personas siguen siendo afectadas por la vulneración del medio ambiente, el cambio climático, los niveles de pobreza y las crisis humanitarias. ¿Quién es culpable de que esto ocurra? ¿Podemos señalar que los gobiernos son los responsables? ¿Realmente hacemos grandes esfuerzos para que esto se detenga o no?
Si reflexionamos que las guerras, la violencia y las crisis nacen de la mente humana, pues son los hombres quienes están llamados a devolver la paz. Son los hombres morales y de fe quienes deben convertirse en los baluartes de la paz que debemos alcanzar en medio de la violencia.
Aquí me detengo para incidir en el ámbito educativo, con el fin de seguir bregando por fomentar una «educación para la paz». Es tarea de todos seguir educando las mentes de los niños, niñas, jóvenes y de las comunidades indígenas y tribales, quienes son el futuro y la esperanza del mundo del siglo XXI. A ellos debemos inculcar los valores e ideales de una cultura de paz, que permita seguir reafirmando el florecimiento y progreso de los pueblos, pensando en el desarrollo y bienestar con plena realización de los derechos humanos para todos.
Debemos reafirmar que el sagrado derecho a la paz es personal, familiar, comunitario y universal, y debe ser una exclamación y práctica de todos los días. Sigamos construyéndola.
Termino recordando la siguiente bienaventuranza de nuestro Señor Jesús, que dice: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios». (Mateo 5:9).